1995-01-10.EL MUNDO.AÚN ES NECESARIO MUCHO MÁS ESTIÉRCOL JOSE AUMENTE

Publicado: 1995-01-10 · Medio: EL MUNDO

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¿AÚN ES NECESARIO MUCHO MÁS ESTIÉRCOL? 
EL MUNDO. 10 DE ENERO DE 1995
JOSE AUMENTE
ES posible que esta interrogante que encabeza mi artículo pueda parecer a muchos una boutade. Pero si examinamos a fondo la situación de nuestro país, el nivel de conciencia de nuestros dirigentes y la escasa respuesta de nuestros conciudadanos, habría que preguntarse si, efectivamente, estamos a la altura de las circunstancias. ¿De verdad nos damos cuenta de la magnitud de lo que hay que cambiar en nuestro país? Apenas nos percatamos de que el felipismo es algo más que González, aunque sí supimos que el franquismo era algo más que Franco. No todo consistiría pues, en que dimita el presidente y se convoquen nuevas elecciones, si sólo sirve para estabilizar un «modelo» que lleva en sí mismo, en su propia estructura, todos los mecanismos que perpetúan la corrupción. El felipismo es algo más que un régimen de poder: es una cultura, es una moral social, es un sistema de valores que se ha implantado en todos los niveles de nuestra sociedad. Por lo que quizás sea conveniente que las cosas se pongan peor -el estiércol nos llegue al cuello- para darnos cuenta de la ciénaga en que todos estamos sumidos; para tomar conciencia de que son muchas las condiciones que hay que cambiar. Es decir, que la situación debiera seguir pudriéndose, para que del estiércol salga una nueva forma de vida, nueva savia, una regeneración. Se trata de una simple presunción.
Lo importante es vivir con los ojos bien abiertos, e intentar hacerlo con el máximo -o un mínimo por debajo del cual no se debe bajar- de lucidez mental. Y si es necesario, una reconstrucción de nuestra vida social, por supuesto que es imprescindible empezar por nuestra vida política. Ambas están dialécticamente entrelazadas. E iniciándola por la vida política, existe una prioridad manifiesta a dilucidar. Como ha señalado Jorge de Esteban en este mismo periódico, refiriéndose a la relación entre los GAL y el presidente González, sólo caben dos suposiciones: «O bien conocía y autorizó las actividades del Ministerio de Interior, o bien las ignoraba irresponsablemente». Son las dos únicas posibilidades. Las mismas que se han repetido con Roldán, Rubio, Filesa, BOE, Cruz Roja... a lo largo de todo su mandato. Luego está incapacitado políticamente para seguir gobernando España. Bien por inmoral, bien por incompetente. Razones ambas más que suficientes para que no siguiese un día más al frente de esta nación. Si esto es así, como lo es, en toda su rigurosa simplicidad, es evidente que no queda otra opción que abrir los cauces para un Gobierno de transición encargado de organizar las próximas elecciones. Y a ello es posible que estén abiertas algunas altas instancias contando con el apoyo de los diversos poderes fácticos.
Ahora bien; no debiera perderse de vista que el país necesita una gran catarsis nacional. Y para que tome conciencia de la necesidad de un cambio en profundidad -insisto- posiblemente sea conveniente que prosiga más tiempo la podredumbre del régimen; que se vaya demostrando, poco a poco, día a día, las raíces estructurales que han hecho posibles tales corrupciones. O sea, la sociedad ha de darse cuenta de que no basta con la alternancia, los paños calientes, un cambio de actores, o un distinto decorado, sino que aquí hay que cambiar totalmente el guión que los dirige. Aquí, en definitiva, hay que llegar a tan grandes cambios estructurales que no caben arreglos, chapuzas, ni pintar las paredes; aquí hay que sustituir el edificio por otro nuevo; aquí hace falta empezar construyendo unos cimientos distintos. Y éstos afectan a nuestro mundo de valores, a nuestros mecanismos falsos de «ganarnos la vida», así como a las «reglas de juego» que han hecho posible esta ficción de democracia. Pienso que, en este sentido, lleva toda la razón García-Trevijano.
Para ello es imprescindible que una mayoría consciente de españoles nos hagamos nuestra propia catarsis; debemos autoanalizarnos, ser sinceros con nosotros mismos y percatarnos de que no podemos seguir así. Se imponen medidas de austeridad, de seriedad, de rigor, que necesariamente obligan a sacrificios. ¿Está nuestra sociedad preparada para ello? ¿Saben los nuevos gobernantes del futuro el terreno que pisan? Nuestra sociedad quizá sea profundamente conservadora, y cada cual procurará conservar su «status quo» conseguido. Y, sin embargo, hay que cambiar, caiga quien caiga, apretarse el cinturón, e intentar sacar adelante este país, extirpando quirúrgicamente lo que haya que limpiar. Porque, seamos sinceros, y los primeros que deben serlo son los «socialistas» ¿dónde ha estado su «proyecto de futuro»? Todo ha sido un culto a la chapuza, al dominio de la mediocridad, al clientelismo de partido, y la creencia en la impunidad. Los votos lo permitían todo. Después de los 40 años de franquismo sin votar, las urnas lo sacralizaban todo. Y así nos ha ido. El último año ha sido el del descubrimiento del pastel, de la ficción, del engaño a que hemos sido sometidos. Los que pusimos mucha ilusión en la vida política hemos sufrido un tremendo varapalo. Todos los partidos han dilapidado nuestra confianza y han destruido el mínimo de esperanza necesario para seguir esforzándonos. Y ahora, ¿qué?
Hay que poner las cartas boca arriba o, mejor, como dice Pedro J. Ramírez, ha llegado la hora de la verdad. Si los propios poderes del Estado no cumplen sus mismas reglas de juego; si las transgresiones se cometen tan flagrantemente por el propio Estado; si basta con que un individuo, por el simple hecho de suponerse que viene en nombre del poder, se lleva un maletín con dinero o cobra un cheque de fondos reservados; entonces no es suficiente con publicarlo o denunciarlo. Hay entonces que reaccionar e intentar buscar las fórmulas para que tales hechos no puedan seguir produciéndose.
Por supuesto que no vivimos en un Estado de Derecho; por supuesto que las prevaricaciones existen en multitud de decisiones de los poderes públicos; por adelantado que el primer prevaricador del país es Felipe González, como lo demostró nombrando y manteniendo durante varios años al Fiscal General del Estado, Eligio Hernández, de una forma ilegal, y nadie se ha querellado. Bien, esto es así. Pero alguien tendrá algún día que poner pie a este estado de cosas; o, por lo menos, predicar alguna vez con el ejemplo. En este sentido, me parece que la fuerza de Julio Anguita radica fundamentalmente en este ejemplo de sinceridad y coherencia que pretende dar a su vida política, aunque desde sus propias filas algunos le destrocen el «discurso».
En conclusión, estamos llegando a una situación en que la pérdida de la confianza política y la quiebra de todos los valores, nos tiene desconcertados a muchos ciudadanos. Hay mierda, suciedad, estiércol, pero seguimos viviendo -la mayoría- a gusto en este fango. Los políticos andan en sus juegos, y los ciudadanos, en el suyo. Aquí no pasa nada, y sin embargo está pasando mucho. Nada más y nada menos que vivimos en un país que se llama España, en el que hemos llegado a tal nivel de ignominia que quien cumple con la ley es considerado socialmente como tonto, y quien la vulnera es listo, triunfa y gana dinero. ¿Hasta cuándo podremos seguir así? Posiblemente mucho más tiempo, e incluso es posible que sea conveniente que así ocurra, para que más profunda y generalizada sea la conciencia de que hay que cambiar a fondo. Mientras tanto, contentémonos con que algunos ya soñemos con un compromiso innovador, y nos resistamos a caer en la trampa de los maquillajes, los lavados de cara, y las tan socorridas chapuzas, por muy imperiosas que éstas sean.