2004-02-05.LA RAZON.ANTONIO GARCÍA TREVIJANO JUAN SEOANE

Publicado: 2004-02-05 · Medio: LA RAZON

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TRIBUNA

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LA RAZÓN
JUEVES, 5 - II - 2004

T

enía diecisiete años y,
claro, le gustaban las
mujeres  a  rabiar.  Era
guapo y presumido, te-
nía éxito. Estaba educa-
do en el cumplimiento
y  la  religiosidad. Así
que iba a misa a menu-
do y, sin falta los domingos. La iglesia de aquel
rincón de veraneo pertenecía a una orden de
monjas, clásica y tradicional. Era pequeña y, en
fiesta, no se cabía. Los confesionarios, ex-
puestos, atentaban contra su pertinente inti-
midad por lo que todos se sabían los pecados
de todos. Todavía se acuerdo de la confesión
de una de sus amigas que se culpaba de fijar-
se en el paquete de los toreros.

Uno de esos días señalados, la concentra-
ción parroquiana era densa. Al llegar el mo-
mento de la comunión, los fieles, en fila des-
ordenada, se internaban entre apreturas hacia
el comulgatorio. Y, de pronto, el hombre, uno
de entre aquellos, sintió el retortijón. No podía
escaquearse y, sin remedio, comulgó. Des-
pués, el respeto humano le impidió salir co-
rriendo, así que aguantó hasta el reventón. El
problema era que estaba podrido ese día pre-
ciso y el olor, insoportable, se sumaba a la su-
cia humedad que resbalaba, pernera abajo, ha-
cia el suelo. ¡Qué angustia!

Escapó hacia su casa, no demasiado aleja-
da, sujetándose los bajos para no seguir abo-
nando el paseo. Al llegar, Clara, aquella alma
caritativa, le atendió, ¡Qué vergüenza! El pue-
blo entero se enteró, incluso aquellas niñas
entre las que triunfaba. Y lo curioso es que su-
po encajar el correspondiente cachondeo.

El drama se repetiría con intermitencias
pautadas en situaciones cada vez más com-
prometidas. La última ocurrió en un club ma-
drileño. Estaba invitado a almorzar con dis-
tintas figuras notables, entre ellas el alcalde,
a discutir temas profesionales que interesaban
a la capital. El político se retrasó y el espas-
mo incontrolable –el gas, que esperaba vano,
sonó escandaloso– se presentó en pleno ape-
ritivo. Salió como pudo –mal, porque se no-
tó– hacia el aseo, al que llegó hecho una pe-
na. Se quitó la ropa, el calzoncillo –que había
de tirar– y el pantalón que lavó, es un decir,
mientras temía que le pillasen en faena tan hu-
millante. ¡Qué horror! Tuvo la suerte de que
el aseo tenía una ventana abierta al hueco del

H

an existido sobrados
motivos para dedi-
carle un artículo de
agradecimiento a su
valentía, a su clari-
dad y sobre todo a
su  honestidad  de
pensamiento. Y, de-
cididamente, no he querido dilatar más el tiem-
po y  le he escrito esta pequeña misiva.

Voy a ser muy poco original en la loa hacia
su persona, ya que me voy a apoyar en su pen-
samiento plasmado en sus artículos diarios y
sobre todo en esas magníficas obras escritas
por Vd. «El Discurso de la  República», «Fren-
te a la Gran Mentira» y el Big Ben de su pen-
samiento: «Pasiones de Servidumbre». Tres
auténticas joyas, que por mérito propio debe-
rían de pasar el umbral de la universidad para
formación y deleite de las generaciones que se
quieran formar en la verdad.

Quizás, el detonante que me ha empujado
a escribirle este corto mensaje ha sido, sin du-

TRIBUNA LIBRE

EL RETORTIJÓN

Miguel DE ORIOL E YBARRA

L
Ú
A
R

ascensor con lo que aquella prenda encontró
un destino recoleto. Y volvió a la reunión en
la que no tuvo más salida que reírse de sí mis-
mo. Sus angustias iban en aumento y se co-
mían una a una porciones de su autoestima.
Así que reducido a una nueva escala tras ta-
mañas desgracias (ja) se creía vacunado de
sus ínfulas gloriosas. Y fue entonces cuando
ocurrió lo de la otra noche.

El hombre era, además, un maniático de la
puntualidad. Llegaba a todas partes con va-
rios minutos de antelación que corregía ha-
ciendo tiempo para presentarse a la hora pre-
cisa.  Si  por  lo  que  fuera  (un  atasco,  por

ejemplo) no podía cumplir con su objetivo, el
corazón se le alborotaba, un sudor frío le en-
volvía y con irritación soltaba juramentos a
gritos aunque nadie le escuchara. Y, repito, lle-
gó la otra noche.

Debía acompañar a su padre a cenar con un
gran personaje. Recordaba los banquetes se-
manales en casa de sus abuelos a los que acu-
dían ordenadamente por ramos familiares. Só-
lo se permitía comida completa a quienes
cumplían con la hora. Quienes no, se suma-
ban a los finales, generalmente un buen pos-
tre. Un retraso en familia tan disciplinada po-
dio resultar fatal. Y, a lo que iba, camino de la

casa del personaje a cuya puerta se habla ci-
tado con su patrón, sintió el maldito apretón.
Mal aparcó el coche ante una tasca en busca
de un retrete salvador y único que, claro, a más
de pringoso estaba ocupado. Por fin se dispu-
so a evacuar pero el flujo no se terminaba; lle-
garía tarde sin remedio; la desesperación má-
xima le embargaba; moría y moría cuando
despertó.

¡Qué descanso! ¡Qué relajo! Si su padre y su
abuelo, tan vívidamente presentes en el sue-
ño, hacía lustros que se fueron. La desazón in-
tensa le mantenía tembloroso. Y es que, en
sueños, la realidad virtual es, a veces, más ate-
morizante que la real. Revivió así una de aque-
llos crisis que creía superadas y rebajó unos
puntos más su propia calificación.

Ya, plenamente despierto, reflexionó. Ha-
blo que inyectarse moral. Nada hay suficien-
temente trascendente en la vida corno para que
angustie, a no ser la muerte y cuando la edad
inexorable le acerca a ello, la mente se acora-
za, se acomoda y se prepara con un cansancio
natural a ese adiós desconocido. Sólo quiere
dejar las cosas claras, limpias y sin deudas (es-
taba redescubriendo objetivos). Y todo porque
ha visto la paz en que mueren los buenos. Tie-
ne reciente la despedida de aquella muy cer-
cana a quien tanto quería y sus recuerdos en-
comiásticos eran anteriores a los epitafios de
rigor. Así que sólo le inquietaban las angus-
tias que ya, ante un horizonte vivo, esperaba
no sufrir.

Su meditación (ja) le llevó, por contraste, a
sus momentos de éxito, mejor dicho, a la sen-
sación que experimentaba tras un aplauso aun-
que fuera propio. Aplauso que en ese preciso
momento necesitaba. Eufórico se veía más al-
to de lo que era y capaz de lo imposible. Re-
sultaba que, al crecerse, alcanzaba cotas muy
superiores a las habituales, lo que le llevaba a
esmerarse a la busca del respaldo laudatorio, a
intentar el milagro, a no dejarse vencer por las
miserias orgánicas, a volar por encima de la
normalidad para que los sueños fueran felices
y, entonces, saludables; en resumen a conse-
guir, a aportar más y más, a sumar. Entre la
angustia anterior y la euforia activada creyó
situarse en su auténtico nivel

Y fue en ese momento, claro, cuando, co-

nociéndose, murió.

Miguel de Oriol e Ybarra es doctor arquitecto

ANTONIO GARCÍA TREVIJANO

JJuuaann  SSEEOOAANNEE

da alguna, los recientes artículos publicados
en el diario LA RAZÓN, los cuales han sido
sencillamente magistrales y llenos de rigor,
desmontando la gran farsa de esta propagan-
da oficialista del «España va bien».

Es muy fácil vivir en el mundo conforme a
la opinión del mundo. También lo es vivir en
soledad conforme a la íntima opinión. Pero só-
lo es libre quien en medio de la multitud con-
serva y dice, sin estridencias, su propio crite-
rio.  Exactamente  esa  es  y  así  ha  sido  su
conducta. La valentía, la independencia y el ri-
gor en los análisis, todo ello, unido a su clari-
videncia y a su cultura exquisita. Esa necesi-
dad de independencia mental y coraje moral
es la que ha forjado su pensamiento crítico al
que ha dotado de una imaginación dúctil para

reconducirle, siempre basado en hechos de evi-
dencias no sujetos a opinión.

Es un maestro en el diálogo, ya que sus ra-
zonamientos nunca son aireados sin previa-
mente haber sido tamizados en el cedazo de la
razón para separar los ideales, tal y como deben
ser, de los hechos, tal como son, con voces ine-
quívocas y finura de oído. Siempre con ello,
ha eliminado la retórica de los convenciona-
lismos, dejando pasar el rigor del argumento
racional y empleando siempre las palabras en
sentido unívoco. Además de todo esto, es de
esas rarísimas personas que saben escuchar con
el arte aprendido de los dioses mudos.

Sus obras son creadoras y enriquecedoras,
ya que el lector siempre sale de ellas un poco
más rico que cuando entró. Sus libros han li-

berado la verdad de las incubadoras de la ma-
nipulación que están alimentadas por esa ener-
gía oligárquica, cuyo centro de producción es
el monopolio político existente. 

Sus artículos semanales en LA RAZÓN son
una vía de oxigenación mental del «shock»
que padecemos los ciudadanos por la invasión
de opiniones manipuladas y serviles que dia-
riamente respiramos, ya que desgraciadamen-
te no tenemos la oportunidad de un «revival»
de «La Clave» de Balbín, para dar imagen a
sus reflexiones.

Su pensamiento don Antonio, ha sido el re-
sorte que ha retirado la hoja de parra demo-
crática que tapa todavía, ante un público es-
pectador, la desnuda realidad política actual
del Estado de Partidos y, a buen seguro, va a
ayudar a prender la mecha de la pasión por la
libertad política, de cuya dignidad y salud mo-
ral esta huérfana una gran mayoría de esta so-
ciedad del siglo XXI, anestesiada por un fár-
maco, descubierto en sus obras como la Gran
Mentira.