2004-02-05.LA RAZON.ANTONIO GARCÍA TREVIJANO JUAN SEOANE
Publicado: 2004-02-05 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
TRIBUNA 36 LA RAZÓN JUEVES, 5 - II - 2004 T enía diecisiete años y, claro, le gustaban las mujeres a rabiar. Era guapo y presumido, te- nía éxito. Estaba educa- do en el cumplimiento y la religiosidad. Así que iba a misa a menu- do y, sin falta los domingos. La iglesia de aquel rincón de veraneo pertenecía a una orden de monjas, clásica y tradicional. Era pequeña y, en fiesta, no se cabía. Los confesionarios, ex- puestos, atentaban contra su pertinente inti- midad por lo que todos se sabían los pecados de todos. Todavía se acuerdo de la confesión de una de sus amigas que se culpaba de fijar- se en el paquete de los toreros. Uno de esos días señalados, la concentra- ción parroquiana era densa. Al llegar el mo- mento de la comunión, los fieles, en fila des- ordenada, se internaban entre apreturas hacia el comulgatorio. Y, de pronto, el hombre, uno de entre aquellos, sintió el retortijón. No podía escaquearse y, sin remedio, comulgó. Des- pués, el respeto humano le impidió salir co- rriendo, así que aguantó hasta el reventón. El problema era que estaba podrido ese día pre- ciso y el olor, insoportable, se sumaba a la su- cia humedad que resbalaba, pernera abajo, ha- cia el suelo. ¡Qué angustia! Escapó hacia su casa, no demasiado aleja- da, sujetándose los bajos para no seguir abo- nando el paseo. Al llegar, Clara, aquella alma caritativa, le atendió, ¡Qué vergüenza! El pue- blo entero se enteró, incluso aquellas niñas entre las que triunfaba. Y lo curioso es que su- po encajar el correspondiente cachondeo. El drama se repetiría con intermitencias pautadas en situaciones cada vez más com- prometidas. La última ocurrió en un club ma- drileño. Estaba invitado a almorzar con dis- tintas figuras notables, entre ellas el alcalde, a discutir temas profesionales que interesaban a la capital. El político se retrasó y el espas- mo incontrolable –el gas, que esperaba vano, sonó escandaloso– se presentó en pleno ape- ritivo. Salió como pudo –mal, porque se no- tó– hacia el aseo, al que llegó hecho una pe- na. Se quitó la ropa, el calzoncillo –que había de tirar– y el pantalón que lavó, es un decir, mientras temía que le pillasen en faena tan hu- millante. ¡Qué horror! Tuvo la suerte de que el aseo tenía una ventana abierta al hueco del H an existido sobrados motivos para dedi- carle un artículo de agradecimiento a su valentía, a su clari- dad y sobre todo a su honestidad de pensamiento. Y, de- cididamente, no he querido dilatar más el tiem- po y le he escrito esta pequeña misiva. Voy a ser muy poco original en la loa hacia su persona, ya que me voy a apoyar en su pen- samiento plasmado en sus artículos diarios y sobre todo en esas magníficas obras escritas por Vd. «El Discurso de la República», «Fren- te a la Gran Mentira» y el Big Ben de su pen- samiento: «Pasiones de Servidumbre». Tres auténticas joyas, que por mérito propio debe- rían de pasar el umbral de la universidad para formación y deleite de las generaciones que se quieran formar en la verdad. Quizás, el detonante que me ha empujado a escribirle este corto mensaje ha sido, sin du- TRIBUNA LIBRE EL RETORTIJÓN Miguel DE ORIOL E YBARRA L Ú A R ascensor con lo que aquella prenda encontró un destino recoleto. Y volvió a la reunión en la que no tuvo más salida que reírse de sí mis- mo. Sus angustias iban en aumento y se co- mían una a una porciones de su autoestima. Así que reducido a una nueva escala tras ta- mañas desgracias (ja) se creía vacunado de sus ínfulas gloriosas. Y fue entonces cuando ocurrió lo de la otra noche. El hombre era, además, un maniático de la puntualidad. Llegaba a todas partes con va- rios minutos de antelación que corregía ha- ciendo tiempo para presentarse a la hora pre- cisa. Si por lo que fuera (un atasco, por ejemplo) no podía cumplir con su objetivo, el corazón se le alborotaba, un sudor frío le en- volvía y con irritación soltaba juramentos a gritos aunque nadie le escuchara. Y, repito, lle- gó la otra noche. Debía acompañar a su padre a cenar con un gran personaje. Recordaba los banquetes se- manales en casa de sus abuelos a los que acu- dían ordenadamente por ramos familiares. Só- lo se permitía comida completa a quienes cumplían con la hora. Quienes no, se suma- ban a los finales, generalmente un buen pos- tre. Un retraso en familia tan disciplinada po- dio resultar fatal. Y, a lo que iba, camino de la casa del personaje a cuya puerta se habla ci- tado con su patrón, sintió el maldito apretón. Mal aparcó el coche ante una tasca en busca de un retrete salvador y único que, claro, a más de pringoso estaba ocupado. Por fin se dispu- so a evacuar pero el flujo no se terminaba; lle- garía tarde sin remedio; la desesperación má- xima le embargaba; moría y moría cuando despertó. ¡Qué descanso! ¡Qué relajo! Si su padre y su abuelo, tan vívidamente presentes en el sue- ño, hacía lustros que se fueron. La desazón in- tensa le mantenía tembloroso. Y es que, en sueños, la realidad virtual es, a veces, más ate- morizante que la real. Revivió así una de aque- llos crisis que creía superadas y rebajó unos puntos más su propia calificación. Ya, plenamente despierto, reflexionó. Ha- blo que inyectarse moral. Nada hay suficien- temente trascendente en la vida corno para que angustie, a no ser la muerte y cuando la edad inexorable le acerca a ello, la mente se acora- za, se acomoda y se prepara con un cansancio natural a ese adiós desconocido. Sólo quiere dejar las cosas claras, limpias y sin deudas (es- taba redescubriendo objetivos). Y todo porque ha visto la paz en que mueren los buenos. Tie- ne reciente la despedida de aquella muy cer- cana a quien tanto quería y sus recuerdos en- comiásticos eran anteriores a los epitafios de rigor. Así que sólo le inquietaban las angus- tias que ya, ante un horizonte vivo, esperaba no sufrir. Su meditación (ja) le llevó, por contraste, a sus momentos de éxito, mejor dicho, a la sen- sación que experimentaba tras un aplauso aun- que fuera propio. Aplauso que en ese preciso momento necesitaba. Eufórico se veía más al- to de lo que era y capaz de lo imposible. Re- sultaba que, al crecerse, alcanzaba cotas muy superiores a las habituales, lo que le llevaba a esmerarse a la busca del respaldo laudatorio, a intentar el milagro, a no dejarse vencer por las miserias orgánicas, a volar por encima de la normalidad para que los sueños fueran felices y, entonces, saludables; en resumen a conse- guir, a aportar más y más, a sumar. Entre la angustia anterior y la euforia activada creyó situarse en su auténtico nivel Y fue en ese momento, claro, cuando, co- nociéndose, murió. Miguel de Oriol e Ybarra es doctor arquitecto ANTONIO GARCÍA TREVIJANO JJuuaann SSEEOOAANNEE da alguna, los recientes artículos publicados en el diario LA RAZÓN, los cuales han sido sencillamente magistrales y llenos de rigor, desmontando la gran farsa de esta propagan- da oficialista del «España va bien». Es muy fácil vivir en el mundo conforme a la opinión del mundo. También lo es vivir en soledad conforme a la íntima opinión. Pero só- lo es libre quien en medio de la multitud con- serva y dice, sin estridencias, su propio crite- rio. Exactamente esa es y así ha sido su conducta. La valentía, la independencia y el ri- gor en los análisis, todo ello, unido a su clari- videncia y a su cultura exquisita. Esa necesi- dad de independencia mental y coraje moral es la que ha forjado su pensamiento crítico al que ha dotado de una imaginación dúctil para reconducirle, siempre basado en hechos de evi- dencias no sujetos a opinión. Es un maestro en el diálogo, ya que sus ra- zonamientos nunca son aireados sin previa- mente haber sido tamizados en el cedazo de la razón para separar los ideales, tal y como deben ser, de los hechos, tal como son, con voces ine- quívocas y finura de oído. Siempre con ello, ha eliminado la retórica de los convenciona- lismos, dejando pasar el rigor del argumento racional y empleando siempre las palabras en sentido unívoco. Además de todo esto, es de esas rarísimas personas que saben escuchar con el arte aprendido de los dioses mudos. Sus obras son creadoras y enriquecedoras, ya que el lector siempre sale de ellas un poco más rico que cuando entró. Sus libros han li- berado la verdad de las incubadoras de la ma- nipulación que están alimentadas por esa ener- gía oligárquica, cuyo centro de producción es el monopolio político existente. Sus artículos semanales en LA RAZÓN son una vía de oxigenación mental del «shock» que padecemos los ciudadanos por la invasión de opiniones manipuladas y serviles que dia- riamente respiramos, ya que desgraciadamen- te no tenemos la oportunidad de un «revival» de «La Clave» de Balbín, para dar imagen a sus reflexiones. Su pensamiento don Antonio, ha sido el re- sorte que ha retirado la hoja de parra demo- crática que tapa todavía, ante un público es- pectador, la desnuda realidad política actual del Estado de Partidos y, a buen seguro, va a ayudar a prender la mecha de la pasión por la libertad política, de cuya dignidad y salud mo- ral esta huérfana una gran mayoría de esta so- ciedad del siglo XXI, anestesiada por un fár- maco, descubierto en sus obras como la Gran Mentira.