2004-01-22.LA RAZON.AL EMBAJADOR ITALIANO AGT
Publicado: 2004-01-22 · Medio: LA RAZON
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AL EMBAJADOR ITALIANO LA RAZÓN. JUEVES 22 DE ENERO DE 2004 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Las cartas de protesta al director de un periódico, incluso las de puro trámite, revelan más la personalidad de quienes las envían que la del escritor criticado. Le aseguro, Sr. embajador, que he medido la dimensión de la suya en esta frase: «confieso mi profundo estupor por el hecho de que LA RAZÓN, que es de los más prestigiosos de España, haya tenido a bien acoger un artículo («El Factor Italiano», 29/12/03) de tan escasa responsabilidad y redactado con expresiones gratuitamente insultantes y denigrantes, dirigidas a otro país, además un país del calibre histórico y político de Italia». Aparte de sus defectos gramaticales y anticuado estilo, esa frase revela, Sr. embajador, tanto el hábito de adular como el complejo de superioridad y la mentalidad totalitaria de un oficio antaño prestigioso. Adula a un periódico cuya ideología ignora. Si la conociera, sabría que el «Factor italiano» sólo es uno de mis 90 artículos (sobre la impotencia política de Europa) motivados por la invasión de Iraq. Considera insultante que un español, expresándose con la libertad de un europeo demócrata, llame imprudente al jefe de Gobierno de un país con «calibre» para mantenerlo en el poder, pese a la nulidad declarada de la ley que promovió para no ser perseguido por la justicia. Cree que la crítica a un Gobierno de tal índole implica una condena de la historia, la cultura y la sociedad del país que lo tolera. Aunque esa no sea mi idea, tal vez tenga Vd. razón. Su carta confirma mi tesis sobre la escasa contribución del factor italiano a la unidad del actual espíritu europeo. Afirma que mi artículo es superficial (sin decir en qué), «incluso en lo referente al desarrollo unitario de este país en el siglo XIX». Pero yo me he limitado a recordar que en Italia no hubo tal desarrollo antes de 1870, sino una imposición de la unidad por la fuerza militar del Piamonte, y a lamentar que la sinceridad intelectual del «Risorgimento» y de los grandes pensadores de finales del XIX y primer cuarto del XX no resurgiera después del fascismo. Dice que mi análisis «culmina en verdaderas calumnias en cuanto a la contribución de Italia a Europa en el pasado y en el presente». ¿Conoce el significado delictivo de las palabras que usa? ¿Puede ser calumnioso un análisis cultural? Si dijera dónde está la falsedad yo le respondería con los textos de los clásicos del pasado (Alfieri, Manzoni, Mazzini, Mosca, Pareto, Croce, Gramsci) que me la han transmitido. En cuanto al presente intelectual o político, ¿lo calumnio si no admiro a ningún italiano? Quizás le haya exasperado mi ironía de que «todos los europeos son italianos en defensa de la impunidad del poder». Reconozco mi ligereza. La impunidad del poder, esencia del Estado de Partidos, se derivó de la República de Weimar y no de la República de Saló. Pero nadie podrá disputar a la clase gobernante italiana el mérito de haber descubierto, y exportado a Europa continental, la nueva ley de Mandeville: «Vicios de partidos, beneficios públicos». Ley que ha sustituido la anacrónica corrupción personal por la moderna corrupción de partido, explotando el filón inagotable de las contratas y concesiones estatales. He de confesar, en fin, que no ha sido la malevolencia la que me hizo aplicar el adjetivo «irrisorio» al sustantivo Berlusconi. Tampoco sus salidas de tono y continuas faltas de tacto. La causa está en una treta infantil de mi inconsciente. Siempre que veo su imagen no puedo evitar que la redondez torácica, sin solución de continuidad hacia sus desproporcionadas piernas, la manera rígida de inclinar cuello y tronco para adelantar la cara cuando quiere ser incisivo o chistoso, los trajes que lo empaquetan a punto de reventar y, sobre todo, sus expresiones caricaturescas y untosas, me sitúen ante el cómico francés Fernandel, interpretando el papel de presidente de Italia. El «Duce» también era irrisorio. Pero Berlusconi no da miedo.