2001-10-25.LA RAZON.ACTITUDES ANTE EL TERROR AGT
Publicado: 2001-10-25 · Medio: LA RAZON
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OPINIÓN 18 LA RAZÓN JUEVES, 25 - X - 2001 OTRAS RAZONES ACTITUDES ANTE EL TERROR L a actual una- UNA IGUALDAD IMPOSIBLE nimidad con- tra el terroris- inesperado mo pasará. La diversidad de actitudes ante el terror habitual per- manecerá. Todos los terrorismos son igua- les en inhumanidad. Eso no impide que difieran por sus motivos, fines y métodos. Y que la acción antiterrorista sea ineficaz si no aplica a cada tipo un trato acorde a su naturaleza. El terror vindicativo sufrido por Estados Unidos no es asimilable al rei- vindicativo que padece España de modo continuado. El primero sacude la concien- cia universal, salvo la del radicalismo pa- lestino y el fundamentalismo islámico. El segundo reproduce la diversidad de las ac- titudes morales ante el mal. Actitudes dis- tintas que continúan latentes bajo la apa- rente unidad en la actual condena del terrorismo. Los sondeos de opinión no informan so- bre ellas porque las preguntas confunden terror y terrorismo, siendo así que aquel estado psicológico sólo es uno de los cua- tro elementos de este fenómeno sociológi- co. Además, en las respuestas está implí- cito el factor demagógico, que iguala el pesar ciudadano frente a toda clase de víc- timas, y el miedo a confesar actitudes di- ferentes a la de rechazo sin matices del te- rrorismo. Es inverosímil que la actitud pueda ser la misma ante un asesinato se- lectivo o una masacre indiscriminada, o que nadie muestre hoy simpatías hacia el terror del irredentismo nacionalista. Aquí hablo del caso español para esta- blecer una tipología de las actitudes psico- lógicas ante el terror, sin confundirlas con las reacciones sociales al terrorismo polí- tico. Excluyo las producidas en los atenta- dos del llamado terrorismo económico. Es- tos delitos de daños materiales producen solidaridades de clase que impiden in- cluirlas en las actitudes generales. 1. Actitud «algofilia». La satisfacción o complacencia ante los actos terroríficos de Eta no es un sentimiento exclusivo de sus partidarios, ni de los independentistas ra- dicales. También la experimentan los que encuentran en actos terribles y sonados la excitación de alegrones en sus vidas mo- nótonas, aburridas y frustradas. La espec- tacularidad del terror, como la del horror, atrae simpatías, disfrazadas de curiosidad, que justifican el concurso del elemento aterrador en medios informativos que, en otros temas, no son sensacionalistas. 2. Actitud «algofobia». El temor obsesi- vo al dolor por un asesinato tampoco es exclusivo de la familia amenazada por Eta. Lo sufren también los que sienten horror del terror sangriento, sin estar concernidos. Lo morboso no está en el temor en sí, sino en la extensión de la imaginación del cri- men a todos los aspectos de la vida. El ho- rror y la abominación crean actitudes que ahogan incluso los sentimientos de odio y los deseos de venganza. En la desespera- ción encuentran su lenitivo. 3. Actitud resignada o indiferente. La falta de reacción proviene de la conciencia intelectual de la impotencia política de los gobiernos (resignación), de la neutralidad moral ante los males no dependientes de la propia voluntad (es- toicismo) y de la egoísta ignorancia de lo desagradable (in- diferencia). 4. Actitud vindica- tiva y represiva. Se huye de las causas del terror para des- ahogar la frustración con venganzas esté- riles sobre los efectos. La acción policial y judicial se implementa con insultos vul- gares a los agentes del terror, manifesta- ciones de protesta presididas por la autori- dad protestada, detenciones pasajeras del entorno, represalias penintenciarias. Es la actitud dominante y oficial. 5. Actitud impertérrita y crítica. Deriva del sentido común y del coraje intelectual. Presupone el conocimiento de las causas del terror y del modo político de superar- las. El consenso de la Transición y la con- sideración del terror como asunto de Esta- do, excluido de la oposición partidista, han sofocado la expresión social de esta acti- tud. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO M ientras las bombas in- teligentes destruyen hospitales y asilos de ancianos en Afganistán, dejando sin escuela a los vivos y sin refugio a los mo- ribundos –todo ello para luchar adecuada- mente contra el terro- rismo– el IRA entrega sus armas a la Comi- sión Internacional de Desarme. Cuando casi nadie confiaba en que una organización te- rrorista fuese contra su propia razón de ser y aceptase su desarme, que es tanto como de- jar de existir; cuando el Acuerdo de Viernes Santo estaba al borde del colapso, entre la eu- foria confesada de los talibanes republicanos y unionistas y la inconfesada alegría de mu- chos más, irlandeses y no irlandeses; cuando el «fracaso» del Acuerdo de Stormont era puesto de ejemplo, por energúmenos de di- verso pelaje, de que ningún terrorismo puede desaparecer si no es aniquilado por policías, militares, jueces y terroristas de cuño contra- rio, que siempre pululan en las alcantarillas del poder; cuando algunos filósofos de la his- toria repetían el dogma de que todos los te- rrorismos son iguales (antes y después de EL TERRORISTA SHARON P alestina no es sólo la pérfida excusa de Ben Laden. Es una herida en el costado de la humanidad. Y quien más la hace sangrar e impide cualquier su- tura es un terrorista de estado llamado Ariel Sharon. Fue él quien dinamito el proceso de paz, quien con su provocación en la expla- nada de las mezquitas encendió la mecha, logro el estallido, consiguió sus deseados ré- ditos electorales y, ahora, desde el gobierno, prosigue incendiando la zona y el mundo árabe entero. Su proyecto: combatir al terror con un te- rror mayor. Su calculo: cuanto peor, mejor. Su fin: acabar con la incipiente autonomía palestina y volver a la férrea ocupación mi- litar. Sus resultados: exactamente los con- trarios. Su terror de estado tan sólo genera más terror desesperado y suicida. Los terrorismos, el suyo y el de los extre- mistas palestinos se re- troalimentan. La paz y sus defensores se en- cuentran acosados por ambos. Sharon es el peor enemigo que hoy tienen, porque lo tienen dentro, los países democráticos y libres. Es el «Ben Laden» de Occidente. Por ello la comunidad inter- nacional ha de detenerlo. El propio Estados Unidos ya se ha dado cuenta y el mundo habrá de dar de una vez por todas la razón a quien la tiene, amparar al Estado palestino y desarmar a los terro- ristas. Entre ellos, a Sharon. AAnnttoonniioo PPÉÉRREEZZ HHEENNAARREESS REBOREDO Y SAÑUDO Dios), el IRA lleva a cabo su mejor y más decisiva aportación al proceso de paz. «Todo el que esté seriamente comprometido con una paz justa debe ha- cer cuanto pueda para evitar el fracaso de la paz». Si los Gobiernos británico e irlandés y los partidos políticos del Ulster hubiesen pro- fesado el evangelio de que la lucha contra el terrorismo no exigía medidas políticas –sólo policiales, sólo su aniquilación por el Estado– es más que probable que, a estas alturas, en lugar de estar celebrando el voluntario desar- me del IRA estaríamos lamentando un largo rosario de violencias y asesinatos en el Uls- ter y en el Reino Unido. Si en éste hubiesen persistido las actitudes ambiguas y cobardes de John Major y los suyos, el Acuerdo de Stormont nunca se habría producido. Si los Gobiernos británico e irlandés no hubiesen tenido el coraje de reformar su Constitución para reconocer el derecho del pueblo del Uls- ter a la autodeterminación, consagrando así el respeto a su ámbito de decisión, nada hu- biese sido posible salvo la continuación de la violencia terrorista y de los crímenes de Es- tado. Costará aún muchos sacrificios y gran tenacidad el progreso de la paz, pero el desar- me del IRA es un paso de gigante. Mayor Oreja y Mariano Rajoy saludaron como «extraordinaria noticia» la decisión del IRA. Rajoy animó a Eta para que hiciese lo mismo, teniendo sobre todo en cuenta que «el grado de autonomía del País Vasco supe- ra con mucho al de Irlanda del Norte». Ma- yor expresó su esperanza de que en España se produzca un acto similar. Ambos ignora- ron olímpicamente que la decisión del IRA se produce en el marco de un proceso de paz terriblemente difícil, con graves renuncias de todas las partes, con los presos republicanos y unionistas –que alentaron desde el co- mienzo la progresión del acuerdo– en la ca- lle, con una tregua efectiva de larga duración respetada por las organizaciones armadas y por los Gobiernos y con una denodada fe en el triunfo de la paz a través del diálogo y la negociación. Ambos quisieron ignorar que el nivel de la autonomía no importa absoluta- mente nada. Es la calidad política de esa au- tonomía, su «alma» institucional. La renun- cia del Reino Unido y de Irlanda a intervenir, limitar o interferir el ejercicio por los ciuda- danos del Ulster de su libertad política para decidir su futuro, para constituirse en Esta- do, para mantenerse vinculados al Reino Unido o para integrarse en Irlanda. Ese fue el Acuerdo de Downing Street, el que los na- cionalistas vascos pidieron a los Estados es- pañol y francés durante la tregua de Eta. Na- da importa para ello el nivel de la autonomía. Es cierto que el caso vasco no es igual al del Ulster. Tampoco aquí nada es igual. Pero no es decente hablar, de un lado, como si esa igualdad existiese y decir, de otro, que quien defiende la semejanza de uno y otro proceso es compañero de viaje, tonto útil o despre- ciable co-reo. Quienes siguen abonados a la doctrina Cánovas (firmeza, inflexibilidad y máxima retórica) no celebrarán jamás el desarme voluntario de Eta. Por desgracia, ni el involuntario. JJooaaqquuíínn NNAAVVAARRRROO