2000-05-23.LA RAZON.A ANTONIO GARCÍA TREVIJANO DALMACIO NEGRO
Publicado: 2000-05-23 · Medio: LA RAZON
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A ANTONIO GARCÍA TREVIJANO LA RAZÓN. MARTES 23 DE MAYO DE 2000 DALMACIO NEGRO Querido Antonio: en estas mismas páginas (LA RAZÓN 15/5/2000) me propones discutir mis tesis sobre el Estado, centradas en mi «original creencia de que el Estado Nacional está en proceso de desaparición». Acepto la deferencia e intentaré aclarar mis ideas confrontándolas con las tuyas en la medida que pueda. Pero quisiera empezar por algunas precisiones sobre mis supuestas tesis: nada tienen que ver con el viejo y respetable ideal anarquista, una utopía, pues, tal como es la naturaleza humana o, más en general, tal como son las cosas, la existencia del gobierno no sólo es inevitable sino necesaria. Por lo menos hasta ahora, aunque creo que lo será siempre. Por eso, el problema político fundamental ha sido, es y será el del buen gobierno. En cuanto a la desaparición del Estado-Nación es una idea muy en boga, que puede ser discutible mas no arbitraria; puesto que se apoya en hechos, lo único discutible es la interpretación o el alcance que se les dé a los hechos. Pero hay muchas más cosas en tu artículo como la distinción entre político y política, los síntomas de la desaparición del Estado, la naturaleza del Estado en sí y la del Estado de Partidos en que ha devenido, la importante diferencia entre sociedad política y sociedad civil, lo que está pasando con lo público y sus consecuencias, el grave asunto del consenso y sus implicaciones, etcétera. Son temas sustantivos que la ciencia política vigente da por resueltos, menciona de pasada o simplemente los ignora. Abordarlos en escasas líneas tiene el doble riesgo, al tratarse de materia histórica, de no hacer las matizaciones pertinentes o, por el contrario, el de resaltar excesivamente el detalle. Pero merece la pena intentarlo. Hoy sólo me permitiré alguna otra precisión en torno al Estado, pues, aunque es bien conocida y se repite continuamente, también se olvida demasiado al tratar de estas cosas. Me refiero al hecho de que el Estado no es eterno, lo que implica que puede morir. La palabra Estado sólo empezó a utilizarse en el sentido actual hace relativamente poco tiempo, unos seis siglos, para nombrar la nueva forma de lo político que estaba apareciendo entonces, primero en las ciudades del centro y el norte de Italia y, más tarde, divulgada por Maquiavelo, de la mano de las viejas monarquías medievales europeas, para designar el artefacto calculado para aumentar su poder, es decir, de momento, para combatir los innumerables poderes sociales de toda laya y centralizarlos. En rigor, sólo se puede hablar del Estado como gran unidad territorial a partir del siglo XVI. La palabra Nación empezó también a difundirse en el mismo mundo de conceptos nominalistas del siglo XIV y sólo a finales del siglo XVIII, con la revolución francesa, adquirió su significación actual, al sustituir la Nación al monarca como titular colectivo, impersonal de la soberanía. Concepto este último, el de soberanía, al que están íntimamente ligados tanto el de Estado como el de Nación. En suma, ambos conceptos son históricos, prácticos, estando, por tanto, sometidos al paso del tiempo y al envejecimiento; aunque pudieran ser unos «eones» eternos, como los que buscaba Eugenio d'Ors a fin de categorizar el conocimiento histórico mediante el uso de conceptos universales en el tiempo y en el espacio. En este sentido, puede decirse que el Estado sólo es eterno desde el punto de vista posible de una tipología general de las formas políticas (doctrina esta última, la de las formas políticas, prácticamente abandonada por la ciencia política). Hasta ahora, es decir, según la experiencia histórica, todas las formas políticas conocidas se reducen a tres tipos de formas «naturales» y uno «artificial». Aquellas son la Ciudad, el Reino y el Imperio; esta última es, justamente, el Estado. De la Nación no se puede decir por ahora que constituya por sí sola una forma política; simplemente hay que contar con ella en relación con el Estado. Sin embargo, podría ocurrir que, en el caso de desaparecer el Estado, se configurase la Nación a solas como nueva forma política de lo Político. Pero esto pertenece a los futuribles que, según algunos teólogos, ni siquiera Dios puede conocerlos.