1977-11-03.REPORTER.24.SIN ALTERNATIVA INDUSTRIAL AGT

Publicado: 1977-11-03 · Medio: REPORTER

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SIN ALTERNATIVA INDUSTRIAL
REPORTER 24. 3 NOVIEMBRE 1977
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Durante los últimos años de la dictadura se produjo un fenómeno singular. Las opiniones autoritarias de la clase hegemónica del Estado -capital financiero-  eran tan contrarias a las que necesitaba el desarrollo de los intereses industriales del capitalismo, que se llega a ver la paradoja histórica, pocas veces contemplada, de una sociedad que sin revolución ni cambio en la relación de dominio entre sus clases, eleva las ideas de las clases dominadas - libertad y democracia- a la categoría de ideas dominantes.
Este raro fenómeno pudo suceder a causa de la conjunción de dos factores. Uno de orden moral y otro de orden económico. Moralmente, las clases franquistas no podían ofrecer una alternativa distinta de la pura exaltación del poder personal. La representación anticipada de la muerte del dictador las colocaba ante el vacío espiritual que rodea a la orfandad. Materialmente, las clases industriales y profesionales surgidas con el desarrollo económico necesitaban integrarse, para perseguir su expansión, en un mercado internacional, cuyas ideas dominantes coincidían con las ideas de las ciases dominadas en España.
Por esta razón, a la muerte de Franco, el vacío ideológico de las clases dirigentes fue ocupado, a través del filtro de los medios de comunicación, por las ideas democráticas de las clases populares y por el simbolismo de la homologación europea. La homologación con los países industriales de Occidente requería que el Estado de la Restauración se constituyera sobre la hegemonía política del capital industrial. El traslado del predominio económico al sector industrial de la burguesía fue llevado a cabo en los países europeos con anterioridad a la segunda Guerra Mundial. Pero en España se realizó bajo la última etapa de la dictadura franquista. Por ello, la homologación con las democracias europeas no es posible sin que los monopolios y las empresas industriales conquisten, en el Estado, la relación de dominio político que corresponde a su posición de predominio económico en la sociedad productiva
Para obtener este cambio de hegemonía en el Estado español no era históricamente necesaria una revolución socialista, pero si hacía falta una ruptura política que diese el dominio estatal a la burguesía industrial a costa de la pérdida del poder político de la Banca. Evidentemente, esta operación de cambio de poder entre distintos sectores de la burguesía no podía ni siquiera concebirse sin una estrecha alianza política del empresariado y de la burguesía profesional con el mundo del trabajo. La clase obrera no podía aspirar al poder del Estado, pero, a través de esta alianza de progreso, podía estructurarse como un verdadero «partenaire» del capital industrial dentro de la empresa, y como un efectivo control democrático del poder estatal.
Pero estas ideas democráticas y este simbolismo europeo no pasaron a la opinión pública, a través de los aparatos ideológicos de las clases dominantes, como pasa el rayo de sol por un cristal, sino como se refracta la luz al pasar desde el estado atmosférico al estado liquido. Parece que la continuidad del bastón se quiebra al introducirlo en el agua, pero al sacarlo se comprueba que el único cambio sufrido es que se ha mojado. Con esta técnica «refractaria» el poder estatal de la oligarquía financiera ha creado, a través de los medios que fabrican la opinión pública, la ilusión óptica de que se ha producido una ruptura democrática en la continuidad de su poder. Cuando la realidad es que ahora disfruta del mismo poder bajo otro pretexto.
La idea de la homologación con los partidos y con los sistemas parlamentarios europeos se ha convertido en un pretexto ideológico para la conservación del poder por parte de la dase económica que lo tenía. Tarea facilitada por los partidos de la oposición que imponen a la opinión la doctrina de la homologación como texto político de la nueva ortodoxia democrática.
Como sucede casi siempre en la política, que es indefectiblemente una lucha de clases sociales por el poder, el pretexto ha funcionado, pero el texto no. Por ello, las ideas dominantes vuelven a ser las ideas de la clase dominante — el capital financiero— y son las clases dominadas las que aparecen ahora sin opinión ni alternativa real ante la situación de poder en la Restauración.
Si de lo que se trataba, a la muerte del dictador, era de devolver al pueblo las libertades políticas para que con ellas definiera unas reglas de juego democrático, como en Europa, hay que reconocer que todo se ha hecho al revés, las reglas de juego de la Reforma política se dictaron autoritariamente antes de que las libertades fuesen efectivas. Los partidos democráticos, forzados por la decisión unilateral del PSOE de participar en las elecciones, se prestaron a la ilusión. Fue consultada la opinión del elector, y celebrada la elección de sus representantes, antes de que el uso de la libertad hubiese permitido la formación de una conciencia política adecuada al grado de desarrollo histórico alcanzado por cada grupo social. El resultado de este error está hoy a la vista de todo el que quiera contemplar la artificialidad de un Parlamento que para subsistir necesita funcionar extraparlamentariamente. El error no está en el pacto político extraparlamentario de la Moncloa sino en la creación de un sistema parlamentario sin poder, y sin posibilidad de control del poder, que obliga lógicamente, a ignorarlo.
Por otra parte, si de lo que se trata, además, era de asegurar el desarrollo de la actividad industrial, deprimida por el corsé financiero del grupo dominante bajo la dictadura, lo razonable hubiese sido que frente a la alternativa especulativa del Estado totalitario, se hubiese definido, en un programa de Gobierno provisional de concentración, una verdadera alternativa industrial para la democracia. En su lugar, el Pacto económico de la Moncloa, que llega con un año de retraso, y no por culpa de la oposición, consagra la continuación de la misma alternativa financiera del franquismo, aunque notablemente racionalizada en su gestión.
El voluntarismo de la clase editorial y política para imponer el triunfo de la opinión sobre el de los intereses de la realidad económica recuerda aquella anécdota del niño que pretendía, con una concha, vaciar el agua del océano en el agujero que había abierto en la arena da la playa. Es inútil esperar la superación de la crisis industrial confiando la condición del proceso económico a una mejor gestión de los intereses financieros. Pero ya está visto que cuando las opiniones se divorcian de los intereses objetivos estamos condenados a recorrer todos los ciclos del error antes de retomar a la razón.