1982-03-03.DIARIODLERIDA.23F
Publicado: 1982-03-03 · Medio: DIARIODLERIDA
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CRONICAS E INFORMACIONES I CRONICAS E INFORMACIONES '..iSljmíÈ&i mmm En la noche de! 23 de febrero de 1981 Don Juan no llamó a su hijo para sugerirle lo que debía hacer La actitud del Rey acreditó ante los ojos de los españoles su decisión de acatar y defenderla Oonstitución Su defensa exige acabar con aquellas ré- moras. Quizá para que yo no olvidara lo que había dicho, Palacios me regaló su li- bro " La justicia social" y escribió una de- dicatoria a mi nombre, agregando: "A mi amigo, a quien espero ver pronto procla- mando la República en la España eterna que luchó como ninguna otra nación por el valor del hombre". zaron: una de ellas se apunto a Estoril y la otra a El Pardo. Cada una estaba in- cardlnada en una de las dos monarquías posibles, la del padre y la del hijo, y hoy ambas convergen en la única que ya exis- te: la Zarzuela. Esa convergencia no ha sido fácil y me- rece la pena ocuparse de ella con el áni- mo de quien desenreda un cordel de mu- chos nudos. Sólo después de lograda esa convergencia, después de bajar al telón y de dar el taconazo, el gran protagonista del medio siglo, don Juan de Borbón, conde de Barcelona, se hace vecino de la villa que el artículo cinco de la Constitución llama "capital del Estado" y que un poeta llamó con más acierto el "rompeolas de todas las Españas". La villa está regida ahora por un alcalde socialista, medio siglo después de que fuera alcalde un señor gordo lla- mado Pedro Rico. Qué de cosas, en estos cincuenta años, han sucedido a las dos Es- pañas de siempre, a esas dos Españas que se polarizaron en torno a las dos monar- quías. .. Las disputas dinásticas Entre esas muchas cosas que han ocurri- do, una de las más recientes es la del 23 de febrero de 1981. El cuadro que a los españoles continúa machacándonos la re- tina, que tenemos impreso en nuestra me- moria: la violenta Irrupción armada en el Congreso de los Diputados la tarde del 23 de febrero de 1981 constituye la estampa fí- sica del más significativo choque de nuestra historia es aquel al que llegan en última instancia los dos conceptos a los que hemos dado en llamar "las dos Españas" en los dos Ultimos siglos; y No es que las dos Españas correspondan a dos mitades de la nación, o a dos sec- tores numéricamente iguales de la pobla- ción española, sino a dos abstraciones, a dos hemisferios de la geografía ideológica. Un cierto sentido elementallzador, al que con- tribuye el aliento poético de Machado —la España que muere, la que bosteza—, pre- senta a las dos Españas como entes de Idéntica densidad; pero los valores concep- tuales son susceptibles de distinta mesura, como nadie ignora, y esto, unido a la Iner- cia simplificadora, es lo que nos empuja a la equivalencia. Quienes allanaron el Par- lamento, enfrentándose armas en mano al Gobierno y a los diputados inermes, cons- tituían la representación de uno de los dos conceptos; o sea, de una de las dos Es- pañas. La constante de Víctor Salmador ha sido la de lanzar sus libros "a pares": un volumen con tema histérico-políti- co y otro puramente literario. Al li- bro titulado "Don Juan de Borbón, grandeza y servidumbre del deber", em- parejó la novela "Los delfines de pre- sidente", y a las "Memorias de Kinde- lán", el ensayo "Pictórica plenitud". Ahora, a pocos meses de las dos últi- mas obras, saca simultáneamente dos tomos, también de distinta factura: una novela que tiene que ver con el am- biente taurino, "¡Toro..., mátalo!", y una obra de reflexión y complicación histórica que se refiere a la institución monárquica: a la acción desarrollada por don Juan de Borbón como titular de los derechos históricos a la Corona de España y a la labor cumplida por don Juan Carlos durante la transición al régimen democrático. Esta obra, ti- tulada "Las dos Españas y el R e y ", explica la pugna y colisión ideológica tradicionalmente de los dos sectores contrapuestos que hemos dado en lla- mar "las dos Españas" y las repercu- siones que esa dicotomía ha tenido so- bre las vicisitudes dinásticas al pola- rizarse en la "monarquía de El Par- d o" y en "la de Estoril". En el libro se analiza cómo ha ido produciéndose la convergencia de derechas e izquier- das en la Monarquía de la Zarzuela, o sea en la Monarquía constitucional y Juan democrática que implantó don Carlos y había preconizado su padre. Se incluyen en el volumen documen- tos inéditos de gran valor, así como juicios de personalidades políticas de relieve pertenecientes a la vida espa- ñola más reciente y, sobre todo, a la contemporánea. La editorial Edilibro es quien publica simultáneamente estas dos últimas obras de Víctor Salmador. Por gentileza de Edilibro y del autor, an- cicipamos hoy a nuesros lectores unos fragmentos del primer capítulo de "Las dos Españas y el R e y ". sejo" que se atribuyen a la línea " Z a r- zuela-Estoril" es la del 23 de febrero. Don Juan llamó a la Zarzuela desde Portugal al tener noticia de la irrupción en el Congre- so. Es cierto que tardó horas en obtener co- municación telefónica, porque las líneas es- taban saturadas. Pero no llamó para suge- rir a don Juan Carlos lo que éste hubiese de hacer; ni para otra cosa que no fuera saber lo que estaba ocurriendo y conocer las medidas que el Rey había adoptado. No llamó, en fin, para decirle —como algunos han difundido—, que " al abuelo también le aseguraron los militares que Iban a tomar el poder para arreglar las cosas y que era cuestión de poco tiempo, y ya sabes, se quedaron cuarenta años y no le dejaron volver ni siquiera muerto". Esa conversa- ción no existió, aunque engrane verosímil- mente con la lógica de la situación. Pero eso es otra cosa. ¿Que la monarquía de la Zarzuela es, en definitiva, la de Estoril? ¿Que el ideario de don Juan se ha trasvasado o trasmutado a ella? El tema tiene más enjundia y sig- nificación que la que trasciende de anéc- dotas reales o falsas, y no serà ocioso en- trar en el fondo de la cuestión, que es el que tiene que ver con la Idea de las dos Españas en pugna, que un día se polari- En la primavera de 1982 don Juan de Borbón volverá a ser vecino de Madrid. Es- to es de veras el fin de su exilio y tiene cierto simbolismo, porque nadie regresa del todo a la patria mientras permanece en ella como transeúnte, esto es, sin hacerse vecino de algún pueblo. La patria, que se quita esencia en un panorama amplísimo, también se simplifica en una sosegada pla- zuela con soportales, en la sombra de un campanario, o en el canto de los gallos de la aldea. Al final de todo, el más patriota suele ser siempre el mejor vecino. Hasta abril de 1931 don Juan estuvo em- padronado en el municipio madrileño, dis- trito de Palacio, donde le correspondía por encontrarse en él el domicilio paterno, o sea, el Palacio de Oriente. Ahora vivirá en Puerta de Hierro, en una pequeña casa, quiaà la más antigua de la zona, que sirvió primero que nada para las oficinas promo- toras de la urbanización. En sus primeros tiempos, el chalé se llamó " La Chabola", pero hoy no tiene ese nombre ni ninguno —y tampoco creo que le ponga otro, porque "Villa Giralda" hay una sola—, aunque los más viejos del lugar siguen conocién- dole por la antigua denominación; los nom- bres como los hombres oponen resistencia a morir, a desaparecer. Se ha superpuesto ahora al aire un tan- to rústico de la antigua edificación, cierto funcional y mo- empaque señorial entre derno, aportado sin exageraciones por las obras recientes. El conde de Barcelona es- trenará, pues, casa, la primera de su pro- piedad en toda su vida; siempre vivió de alquiler o de prestado, cuando no en al- gún hotel que no todas las veces fue de cinco estrellas. El arcén histórico de ]a Corona ...Yo estoy seguro de que don Juan de Borbón no es ni ha sido nunca la eminen- cia prls aconsejadora de su hijo que algu- nos le endilgan. No conocen a don Juan, ni tampoco han descubierto una de las grandes esencias o valores de la Monarquía y del sistema que ejeroe la realeza dentro de la familia real, quienes especulan con el tema' de los con- sejos del padre al hijo. Desde el punto y hora en que el conde de Barcelona dio aquel taconazo y dijo lo que dijo, ya debió saberse que el más discreto, leal y obe- diente subdito del Rey era quien hasta la víspera había portado en sus manos ei ar- cón histórico de la Corona. Desde aquel instante ya sólo había un Rey y el prime- ro en reconocerlo, con todas las consecuen- cias que la aceptación del Rey implica, era quien dinásticamente lo había sido hasta entonces. Una de las "conversaciones-con- El episodio protagonizado por quienes en- traron en el Congreso constituía, a su vez, la repetición de otro, vivido en los mismos escenarios poco más de un siglo antes. Aquella otra vez, el general Pavía y Rodrí- guez de Alburquerque fue quien mandó gen- te, armadas con la pólvora de la época, a disolver las Cortes. Y todavía podemos re- ferirnos a un capítulo más remoto, que acredita la reiteración con que los espa- / ñoles construimos nuestra historia como con un martillo que machacara sobre un yun- que; es el que presenta a las dos Españas librando su primer cuerpo a cuerpo: en los albores del pasado siglo, después que el general Elío Inició la clásica era de los pronunciamientos aboliendo la Constitución de Cádiz, el general Eguía allanó el Con- greso y disolvió las Cortes. Los monárqui- cos absolutistas rompieron las lápidas de calles y plazas dedicadas a la Constitución y encarcelaron a los monárquicos constitu- cionalistas, liberales y progresistas. Un si- glo más tarde de aquel episodio primera, en septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña suspendió la Constitución y se proclamó dictador. Como se ve, la cuestión ha sido cíclica. La noria sólo quedó inte- rrumpida esta reciente noche del 23 de fe- brero, primera vez que el Rey no hizo causa común con los sublevados. • * Estos capítulos y otros que podrían agre- garse tienen un hilo conductor significati- vo: los conspiradores del 33 de febrero su- ponían que el Rey iba a ponerse de su par- te; y terminaban los bandos o manifiestos con el grito de ¡Viva el Rey! Primo de R i- vera bajó a Madrid desde Barcelona y se dirigió al Palacio Real para que don Al- fonso XXII cohonestase su rebellón y le en- tregarse el poder. El general Pavia, en ena- ro de 1874, disolvió las Cortes bajo Invoca- clones abiertas de servidumbre a la volun- tad nacional y subterráneas de servicio a la Corona. Los apostólicos y absolutistas de 1814 cargaron los atalajes de la real y reverenciaron al rey Fernando V IL Este hilo común revela que los representan- tes de esa otra España pretendían que la Monarquía se Identificase con ellos; que el Rey respaldase su actitud, secundara sus propósitos y los arropara ante la España de enfrente. Durante casi dos siglos el propó- sito fue logrado. carroza è » La noche de febrero de ¿981 el Rey don Juan Carlos de Borbón no quiso ser Fer- nando v n, ni siquiera aceptar, como lo ht- zo su abuelo don Alfonso x ni en 1923, la imposición del Primo de Rivera contem- poráneo. " La Corona —dijo—, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan in- terrumpir por la fuerza el proceso demo- crático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a tra- ves de referéndum". La actitud de don Juan Carlos acreditó ante los ojos de los es- pano es su decisión de acatar y defender la Constitución; ese acatamiento y defensa son ï a ahora hechos probados y ratificados Es- ° "ene u™ dimensión muy por encima del suceso y hay que insistir en ella: por pri- mera vez en la historia, el Rey h¿ prefe- rido enfrentarse y defraudar a los que ha- » * ^ ^ t e n- ír a dri C Í O n a l es ï ó nÍ dd° la tación de la Corona; es decir, cambió prioridad de sus apoyos, y en una ciaboga histórica corrió el riesgo de situarse a las masas de una España, a cambio de des-republicanizarjas quizá para Todo parece indical que lo h a l i r a S ^ nJ d e s - m o n ^t ,ue]aquizaa a costa de jS , * El Proposito que mencionábamos anfc*s de arrastrar al Rey a lncardinarse o identifi- carse con la España minoritaria, tradicio- nalmente dominante, constituye una de las claves de nuestra historia ideológica. La respuesta de la Corona a las pretensiones e Intentos fue siempre causa por parte del pueblo de calificación o descalificación de los monarcas. Para este juicio —en oca- siones encubriendo la acción calificadora—, las fu., zas que representaban a los dos grandes resúmenes o conceptos ideológicos solieron tomar como pretexto las disputas sobre derechos dinásticos. O, dicho de otra manera: en España las discordias de ca- rácter dinástico llevaron muchas veces ba- ja la capa de la adhesión al Rey —extra- polada, cuando se presentó la ocasión, en la sucesión del Rey— la otra disputa, la ideológica, de mayor dimensión y trascen- dencia. La que escindió a la dinastía de los Bor- bones -j. las ramas isabelina y carlista na- ció, como todo el mundo sabe, a cuenta de la sucesión de Fernando V IL La última controversia dinástica. Esta gi- ró, en la vertiente del puro dinastismo o legltlmismo, en torno a don Juan de Bor- bón y a su hijo don Juan Carlos; pero ba- jo ella hubo, como siempre, algo más que los derechos o las legitimidades para ocu- por el trono: las dos Españas, anidadas en cada una de las dos Coronas o las dos Mo- narquías posibles. Alrededor de un prefijo semáii.ico —el que diferenció Monarquía instaurada de Monarquía restaurada— po- dría escribirse un tratado completo con re- flexiones sobre este tema, tratado que des- bordaria la sombra de los árboles genealó- gicos. Nos llevaría simplemente a la " M o- narquía de El P a r d o" y a la "Monarquía de Estoril". El eje de la disputa —de la verdadera y real disputa—, la ideológica y política, que por trascender de personas y situaciones permanece constante, acompaña, renace y se rej¿ ,¿ en las circunstancias y coyuntu- ras históricas, penetró, pues, hasta los días contemporáneos. Puede que se remonte a tiempos anteriores a aquellos en que vemos definida con claridad la disputa misma embanderada con este o aquel "pretendien- te"; pero, en definitiva, lo que Importa re- calcar es que estaba en vigencia, en los fflás crudos y generales términos, desde el primer enfrentamiento entre absolutismo y constitucionalismo. Estos fueron el reflejo —0 1" íaíz, o la punta del "iceberg", como se quith-a— de la existencia de los dos po- los que, matizados, como he dicho, por la evolución y la cultura, llegaron hasta el presente: absolutistas en un lado, inno- vadores y constitucionalistas en el otro. Así, apostólicos, moderados, isabelinos, carlistas, alfonsinos, anarquistas, socialistas, izquierdistas, derechistas, progresistas, ra- dicales, reaccionarios, rojos, azules, leales, facciosos, nacionales, Juanlstas, Juancarlis- tas. franquistas, fueron y son términos que entre osotros contienen etiquetas o expre- siones semánticas ancladas a una concep- ción previa, visceral y racionalmente di- ferenciadora. ejemplo: en 1923 eran monárquicos Calvo Sotelo, Primo de Rivera, Martínez AUido..., pero también lo eran Romanones, Maura, Santiago 'Alba... Separaba a ambos grupos, sin embargo, un abismo de ideas jos primeros en la nacidas d el a n ciaje definición absolutista de la Monarquía; mientras que el anclaje de los segundos co- rresponia a ias conformaciones del pensa- miento liberal y al entronque constltuclo- nalista y parlamentarlo de la Institución. Dorante el régimen de Franco también fue- ron monárquicos Vigón, Carrero, Oriol, Fer- ; Jf i M B fw H B M H H B H H M H H M HI •i no tiene que ver con la Edad Media o la conquista de América, yo no puedo pensar sino que es anacrónica y absurda. Que un hombre por ser hijo de otro y nieto de un tercero esté destinado a ser el rey de los demás, a imponer su razón, su criterio o simplemente su arbitraje a los demás, no resiste el análisis; es una ofensa a la ra- zón, una pervivencia ultrajante de los tiem- pos oscurantistas y arcaicos de los mitos, las supersticiones y la Incultura. Pero que la Monarquía en España pueda ser vista hoy como un instrumento para pasar de un régimen dictatorial a un régimen democrá- tico es otra cosa. Se trata de una cuestión instrumental o estratégica; lo que importa es lo otro, a dónde se va: ¿a la Implanta- ción de la democracia, a que el pueblo re- cobre las libertades y la soberanía y sea el pueblo quien decida y quien gobierne?". En las antípodas de Castro estaba y está Richard Nixon, a quien hice la misma pre- gunta. Me respondió: "Nosotros, las gentes de los Estados Unidos, que somos esencial- mente republicanos, solemos llevarnos bien con los países monárquicos que hay en el mundo; y yo, personalmente, no creo que en Inglaterra, por ejemplo, haya diferencias sustanciales en el concepto y el ejercicio de la democracia y de los derechos humanos, del concepto que tenemos y del ejercicio que practicamos en nuestro país. Los pueblos han de saber concillar con la vida moder- na esas características peculiares que vie- nen del pasado y están presentes en su tra- japonés sea el dición. Quizás el ejemplo mejor exponente actual de esa conciliación. Estados Unidos tiene una historia muy cor- ta y en ella no han gravitado, obviamente, tales cuestiones; pero, en cambio, el poder efectivo que ejerce un presidente norteame- ricano no es inferior al que a veces tiene un monarca europeo, limitado por una Cons- titución y unos Parlamentos. Yo no propug- naría nunca una monarquía para mi país, y mi pueblo encontraría ridiculo que se pro- pugnara y a quien la propugnara; pero tam- poco contribuiría en modo alguno a derri- bar las respetables monarquías que en Euro- pa existen y que son uf modelo de demo- cracia y de estabilidad' general nández de la Mora... Pero al mismo tiem- po lo eran, aunque de otra Monarquía —no sólo de otro rey, sino de otra idea de la Monarquía, hay que recalcarlo—, Sáinz Ro- dríguez, Gil Robles, el Aranda, Joaquín Satrústegui, López Ibor... A la Mo- narquía de Estoril, la juanlsta; o sea, a la idea liberal, democrática y constitucionalis- to de la Monarquía, la apoyaron republica- nos, socialistas, moderados de izquierda co- mo Salvador de Madariaga, Tierno Galván, García Trevijano, Dionisio Ridruejo, Raúl Morodo, Fernando Chueca, Fernando Mo- ran... Como en España todo es relativo, dentro de cada grupo se repite de algún modo la dicotomía principal —acaso ésta sea una de las causas que expliquen disgregantes y ato- mizantes actitudes del español—. Cuando Gil-Robles, en nombre de los monárquicos, y Prieto, en el de los socialistas, iniciaron las conversaciones que condujeron al llama- do "Pacto de San Juan de Luz", Prieto se lamentaba de tener a su Izquierda a jaba- líes que nada querían saber con los mo- nárquicos. " La Monarquía suscita en ellos —explicó— la misma irreductible aversión que el régimen de Franco". Los monárqui- cos respondieron: " Si usted tiene cafres a su izquierda, nosotros los tenemos a la de- recha". Siempre hay, pu-iS, que temer a la España de ios cafres, estén donde estén. E! dilema Monarquía-República Pregunté una vez a Fidel Castro qué pen- saba de la Monarquía y de una restauración monárquica en España. Me respondió: " De la Monarquía en abstracto, en general, en este mundo en el que estamos viviendo, que El gran poeta chileno, premio Nobel y premio Stalin, Pablo Neruda. candidato del Partido Comunista a la presidencia de Chile y cuya muerte lloramos todos, con quien hablé más de una vez en Isla Negra y en Punta del Este, me contestó afable, pero categórico. "Para un hombre Inteligen- te y culto, monarquía y democracia se ha- cen difícilmente compatibles. Yo soy, en el fondo, Indiferente a las formas, pero es que hay incompatibles con la esencia. El pueblo español, cuando se libere del franquismo, elegirá a la república. La dignidad del hombre, la inteligencia del hombre, el sentido de Igualdad y de justi- cia innato en el hombre rechazan la idea monárquica ". formas intrínsecamente No menos tajante fue el socialista argen- tino y brillante profesor universitario Al- fredo Palacios. Frente a frente con él en una sobremesa, al plantearle yo el tema es- pañol, hablándole de la monarquía como po- sible desembocadura y salida del régimen de Franco, me miró entre indignado y so- carrón: "¿Pero cómo puede usted ser mo- nárquico a estas alturas? —exclamó—. Si plantea tal cosa en cualquier Universidad de acá le dan una "movida"... ¿Una mo- narquía puesta ahí en acuerdo con el dicta- dor?... No podría ser considerada más que la continuación, con otro nombre, del régi- men totalitario de Franco. Hoy no se pue- de hablar ya de eso. Las monarquías que aún quedan son reductos del pasado; se sostienen por inercia; constituyen el ampa- ro de oligarquías cue también subsisten pa- ra vergüenza del mundo civilizado. Tales es- tamentos están condenados à desaparecer tarde o temprano como desapareció la es- clavitud. Los pueblos aspiran a un orden social más justo y más libre; y la existen- cia de seres con privilegios y coronas es una contradicción. La libertad y la justicia social son las bases del socialismo ético y, en consecuencia, las del mundo inmediato. Estas categóricas y antagónicas concep- ciones de cada una de las dos Españas se pusieron otra vez de manifiesto, y bien cru- damente, al estallar la guerra civil en 1936. ine- El estallido trazó una línea divisoria xorable, irracional y extrainstitucional en- tre los españoles. En las trincheras, a un la- do estuvieron los llamados " r o j o s ", herede- ros de los liberales y constitucionalistas de las Cortes de Cádiz, y al otro los "nacio- nales", depositarios a su vez del pensamien- to apostólico de Fernando v n. La apoteo- sis de esta división y el resultado final del encuentro bélico están firmados por Franco en el último parte de guerra, el que dice que, cautivo y desarmado el "Ejército r o j o ", han alcanzado las "tropas nacionales" sus últi- mos objetivos. Y el ultlmíslmo Intento por identificar a la Monarquía con las tropas nacionales, o sea con la fracción vencedora, discurrió ante nuestros ojos desde el pun- to en que don Juan Carlos de Borbón fue designado sucesor de Franco. Durante los cuarenta años de franquismo en España se ha sabido por todos lo que sig- nifica ser " r o j o ". No voy a Insistir sobre el tema ni a resucitar vergüenzas, tristezas y reproches; pero es preciso que quede aquí —por lo que enseguida se verá y por lo que tiene de incidencia en este l i b r o- ese con- cepto de la existencia de "los rojos", con toaas sus resonancias, ecos y reecos; no sólo como descripción de la tinta que coloreará los mapas en que partió a España la gue- rra fratricida, sino para describir la ads- cripción a un bando específico, punto de re- ferencia de muy precisas connotaciones his- ideológico tóricas, rebosantes de contenido y político. La Monarquía de Estoril Pues bien, dentro de esta dicotomía tras- cendente y permanente, tantas veces trá- gica, que cambia de piel de personajes, pe- ro no de esencia, don Juan de Borbón y Battemberg, hijo del último rey, don Al- fonso de Borbón, luego de vicisitudes y re- flexiones que merecen ser analizadas des- pacio, rompió en la década de los cuaren- ta los esquemas convencionales de la Mo- narquía, anclada a la tuerza en la prisión ideológica de uno de los dos bandos. Don concepción Juan de Borbón anuncio una monárquica integradora, superadora de las terribles diferencias y conciliadora del an- tagonismo. Deseó que la institución monár- quica no apareciese como bandera, cobijo, pretexto o monopolio de rojos o azules ni de disputa alguna: "A la Monarquía —dijo— algunos la ven como si forzosamente tuvie- ra que ser derechas y amparar y defender los privilegios de las derechas. Esto es un error tremendo. Precisamente esa definición equivocada de la Monarquía es lo que hizo que las Izquierdas se plantearan algunas veces como principal objetivo el derribarla. La Institución monárquica no debe ser de derechas ni de izquierdas, sino que la ins- titución arbitral, integradora y moderada, en cuyo seno puedan convivir todas las pos- turas o tendencias civilizadas que existan en el país". " El pacto de españoles —señaló don Juan y en otra ocasión— no es de vencedores vencidos, sino de las dos Españas que an- tes, ahora y siempre, estuvieron en discor- dia porque parten de concepciones diferen- tes y de nostalgias y prejuicios del pasado. Convengamos en que ambas deben acercar- se, reconociéndose mutuamente sus valo- res y puntos comunes. La profunda trans- formación de las estructuras económicas y sociales de España permite qué la derecha y la Izquierda, modernizadas, se encuentren Juntas en la afirmación prioritaria de la democracia". Miércoles, 3-3-82 / Página 9