1982-03-03.DIARIODLERIDA.23F

Publicado: 1982-03-03 · Medio: DIARIODLERIDA

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CRONICAS  E  INFORMACIONES 

I  CRONICAS  E  INFORMACIONES 

'..iSljmíÈ&i 

mmm 

En  la noche  de!  23  de febrero  de 1981 
Don  Juan  no  llamó  a  su  hijo  para  sugerirle  lo  que  debía  hacer 
La  actitud  del  Rey  acreditó  ante  los 
ojos  de los  españoles su  decisión de 
acatar  y  defenderla  Oonstitución 

Su  defensa  exige  acabar  con  aquellas  ré-
moras.  Quizá  para  que  yo  no  olvidara 
lo 
que  había  dicho,  Palacios  me  regaló  su  li-
bro  " La   justicia  social"  y  escribió  una  de-
dicatoria  a  mi  nombre,  agregando:  "A   mi 
amigo,  a  quien  espero  ver  pronto  procla-
mando  la  República  en  la  España  eterna 
que  luchó  como  ninguna  otra  nación  por  el 
valor  del  hombre". 

zaron:  una  de  ellas  se  apunto  a  Estoril 
y  la  otra  a  El  Pardo.  Cada  una  estaba  in-
cardlnada  en  una  de  las  dos  monarquías 
posibles,  la  del  padre  y  la  del  hijo,  y  hoy 
ambas  convergen  en  la  única  que  ya  exis-
te:  la  Zarzuela. 

Esa  convergencia  no  ha  sido  fácil  y  me-
rece  la  pena  ocuparse  de  ella  con  el  áni-
mo  de  quien  desenreda  un  cordel  de  mu-
chos  nudos.  Sólo  después  de  lograda  esa 
convergencia,  después  de  bajar  al  telón  y 
de  dar  el  taconazo,  el  gran  protagonista  del 
medio  siglo,  don  Juan  de  Borbón,  conde  de 
Barcelona,  se  hace  vecino  de  la  villa  que 
el  artículo  cinco  de  la  Constitución  llama 
"capital  del  Estado"  y  que  un  poeta  llamó 
con  más  acierto  el  "rompeolas  de  todas  las 
Españas".  La  villa  está  regida  ahora  por 
un  alcalde  socialista,  medio  siglo  después 
de  que  fuera  alcalde  un  señor  gordo 
lla-
mado  Pedro  Rico.  Qué  de  cosas,  en  estos 
cincuenta  años,  han  sucedido  a  las  dos  Es-
pañas  de  siempre,  a  esas  dos  Españas  que 
se  polarizaron  en  torno  a  las  dos  monar-
quías. .. 

Las  disputas  dinásticas 

Entre  esas  muchas  cosas  que  han  ocurri-
do,  una  de  las  más  recientes  es  la  del  23 
de  febrero  de  1981.  El  cuadro  que  a  los 
españoles  continúa  machacándonos  la  re-
tina,  que  tenemos  impreso  en  nuestra  me-
moria:  la  violenta  Irrupción  armada  en  el 
Congreso  de  los  Diputados  la  tarde  del  23 
de  febrero  de  1981 constituye  la  estampa  fí-
sica  del  más  significativo  choque  de  nuestra 
historia 
es 
aquel  al  que  llegan  en  última  instancia  los 
dos  conceptos  a  los  que  hemos  dado 
en 
llamar  "las  dos  Españas" 

en  los  dos  Ultimos  siglos;  y 

No  es  que  las  dos  Españas  correspondan 
a  dos  mitades  de  la  nación,  o  a  dos  sec-
tores  numéricamente  iguales  de  la  pobla-
ción  española,  sino  a  dos  abstraciones,  a  dos 
hemisferios  de  la  geografía  ideológica.  Un 
cierto  sentido  elementallzador,  al  que  con-
tribuye  el  aliento  poético  de  Machado  —la 
España  que  muere,  la  que  bosteza—,  pre-
senta  a  las  dos  Españas  como  entes  de 
Idéntica  densidad;  pero  los  valores  concep-
tuales  son  susceptibles  de  distinta  mesura, 
como  nadie  ignora,  y  esto,  unido  a  la  Iner-
cia  simplificadora,  es  lo  que  nos  empuja  a 
la  equivalencia.  Quienes  allanaron  el  Par-
lamento,  enfrentándose  armas  en  mano  al 
Gobierno  y  a  los  diputados  inermes,  cons-
tituían  la  representación  de  uno  de  los  dos 
conceptos;  o  sea,  de  una  de  las  dos  Es-
pañas. 

La  constante  de  Víctor  Salmador  ha 
sido  la  de  lanzar  sus  libros  "a   pares": 
un  volumen  con  tema  histérico-políti-
co  y  otro  puramente  literario.  Al  li-
bro  titulado 
"Don  Juan  de  Borbón, 
grandeza  y  servidumbre  del  deber",  em-
parejó  la  novela  "Los  delfines  de  pre-
sidente",  y  a  las  "Memorias  de  Kinde-
lán",  el  ensayo  "Pictórica  plenitud". 
Ahora,  a  pocos  meses  de  las  dos  últi-
mas  obras,  saca  simultáneamente  dos 
tomos,  también  de  distinta  factura:  una 
novela  que  tiene  que  ver  con  el  am-
biente  taurino,  "¡Toro...,  mátalo!",  y 
una  obra  de  reflexión  y  complicación 
histórica  que  se  refiere  a  la  institución 
monárquica:  a  la  acción  desarrollada 
por  don  Juan  de  Borbón  como  titular 
de  los  derechos  históricos  a  la  Corona 
de  España  y  a  la  labor  cumplida  por 
don  Juan  Carlos  durante  la  transición 
al  régimen  democrático.  Esta  obra,  ti-
tulada  "Las  dos  Españas  y  el  R e y ", 
explica  la  pugna  y  colisión  ideológica 
tradicionalmente 
de  los  dos 

sectores 

contrapuestos  que  hemos  dado  en  lla-
mar  "las  dos  Españas"  y  las  repercu-
siones  que  esa  dicotomía  ha  tenido  so-
bre  las  vicisitudes  dinásticas  al  pola-
rizarse  en  la  "monarquía  de  El  Par-
d o"   y  en  "la  de  Estoril".  En  el  libro 
se  analiza  cómo  ha  ido  produciéndose 
la  convergencia  de  derechas  e  izquier-
das  en  la  Monarquía  de  la  Zarzuela,  o 
sea  en  la  Monarquía  constitucional  y 
Juan 
democrática  que  implantó  don 
Carlos  y  había  preconizado  su  padre. 
Se  incluyen  en  el  volumen  documen-
tos  inéditos  de  gran  valor,  así  como 
juicios  de  personalidades  políticas  de 
relieve  pertenecientes  a  la  vida  espa-
ñola  más  reciente  y,  sobre  todo,  a  la 
contemporánea.  La  editorial  Edilibro  es 
quien  publica  simultáneamente  estas 
dos  últimas  obras  de  Víctor  Salmador. 
Por  gentileza  de  Edilibro y del autor, an-
cicipamos  hoy  a  nuesros  lectores  unos 
fragmentos  del  primer  capítulo  de  "Las 
dos  Españas  y  el  R e y ". 

sejo"  que  se  atribuyen  a  la  línea 
" Z a r-
zuela-Estoril"  es  la  del  23  de  febrero.  Don 
Juan  llamó  a  la  Zarzuela  desde  Portugal  al 
tener  noticia  de  la  irrupción  en  el  Congre-
so.  Es  cierto  que  tardó  horas  en  obtener  co-
municación  telefónica,  porque  las  líneas  es-
taban  saturadas.  Pero  no  llamó  para  suge-
rir  a  don  Juan  Carlos  lo  que  éste  hubiese 
de  hacer;  ni  para  otra  cosa  que  no  fuera 
saber  lo  que  estaba  ocurriendo  y  conocer 
las  medidas  que  el  Rey  había  adoptado.  No 
llamó,  en  fin,  para  decirle  —como  algunos 
han  difundido—,  que  " al   abuelo  también  le 
aseguraron  los  militares  que  Iban  a  tomar 
el  poder  para  arreglar  las  cosas  y  que  era 
cuestión  de  poco  tiempo,  y  ya  sabes,  se 
quedaron  cuarenta  años  y  no  le  dejaron 
volver  ni  siquiera  muerto".  Esa  conversa-
ción  no  existió,  aunque  engrane  verosímil-
mente  con  la  lógica  de  la  situación.  Pero 
eso  es  otra  cosa. 

¿Que  la  monarquía  de  la  Zarzuela  es,  en 
definitiva,  la  de  Estoril?  ¿Que  el  ideario  de 
don  Juan  se  ha  trasvasado  o  trasmutado 
a  ella?  El  tema  tiene  más  enjundia  y  sig-
nificación  que  la  que  trasciende  de  anéc-
dotas  reales  o  falsas,  y  no  serà  ocioso  en-
trar  en  el  fondo  de  la  cuestión,  que  es  el 
que  tiene  que  ver  con  la  Idea  de  las  dos 
Españas  en  pugna,  que  un  día  se  polari-

En  la  primavera  de  1982  don  Juan  de 
Borbón  volverá  a  ser  vecino  de  Madrid.  Es-
to  es  de  veras  el  fin  de  su  exilio  y  tiene 
cierto  simbolismo,  porque  nadie  regresa  del 
todo  a  la  patria  mientras  permanece  en 
ella  como  transeúnte,  esto  es,  sin  hacerse 
vecino  de  algún  pueblo.  La  patria,  que  se 
quita  esencia  en  un  panorama  amplísimo, 
también  se  simplifica  en  una  sosegada  pla-
zuela  con  soportales,  en  la  sombra  de  un 
campanario,  o  en  el  canto  de  los  gallos  de 
la  aldea.  Al  final  de  todo,  el  más  patriota 
suele  ser  siempre  el  mejor  vecino. 

Hasta  abril  de  1931  don  Juan  estuvo  em-
padronado  en  el  municipio  madrileño,  dis-
trito  de  Palacio,  donde  le  correspondía  por 
encontrarse  en  él  el  domicilio  paterno,  o 
sea,  el  Palacio  de  Oriente.  Ahora  vivirá  en 
Puerta  de  Hierro,  en  una  pequeña  casa, 
quiaà  la  más  antigua  de  la  zona,  que  sirvió 
primero  que  nada  para  las  oficinas  promo-
toras  de  la  urbanización.  En  sus  primeros 
tiempos,  el  chalé  se  llamó  " La   Chabola", 
pero  hoy  no  tiene  ese  nombre  ni  ninguno  —y 
tampoco  creo  que  le  ponga  otro,  porque 
"Villa  Giralda"  hay  una  sola—,  aunque 
los  más  viejos  del  lugar  siguen  conocién-
dole  por  la  antigua  denominación;  los  nom-
bres  como  los  hombres  oponen  resistencia 
a  morir,  a  desaparecer. 

Se  ha  superpuesto  ahora  al  aire  un  tan-
to  rústico  de  la  antigua  edificación,  cierto 
funcional  y  mo-
empaque  señorial  entre 
derno,  aportado  sin  exageraciones  por 
las 
obras  recientes.  El  conde  de  Barcelona  es-
trenará,  pues,  casa,  la  primera  de  su  pro-
piedad  en  toda  su  vida;  siempre  vivió  de 
alquiler  o  de  prestado,  cuando  no  en  al-
gún  hotel  que  no  todas  las  veces  fue  de 
cinco  estrellas. 

El  arcén  histórico 
de  ]a  Corona 

...Yo  estoy  seguro  de  que  don  Juan  de 
Borbón  no  es  ni  ha  sido  nunca  la  eminen-
cia  prls  aconsejadora  de  su  hijo  que  algu-
nos  le  endilgan. 

No  conocen  a  don  Juan,  ni  tampoco  han 
descubierto  una  de  las  grandes  esencias  o 
valores  de  la  Monarquía  y  del  sistema  que 
ejeroe  la  realeza  dentro  de  la  familia  real, 
quienes  especulan  con  el  tema' de  los  con-
sejos  del  padre  al  hijo.  Desde  el  punto  y 
hora  en  que  el 
conde  de  Barcelona  dio 
aquel  taconazo  y  dijo  lo  que  dijo,  ya  debió 
saberse  que  el  más  discreto,  leal  y  obe-
diente  subdito  del  Rey  era  quien  hasta  la 
víspera  había  portado  en  sus  manos  ei  ar-
cón  histórico  de 
la  Corona.  Desde  aquel 
instante  ya  sólo  había  un  Rey  y  el  prime-
ro  en  reconocerlo,  con  todas  las  consecuen-
cias  que  la  aceptación  del  Rey  implica,  era 
quien  dinásticamente  lo  había  sido  hasta 
entonces.  Una  de  las  "conversaciones-con-

El  episodio  protagonizado  por  quienes  en-
traron  en  el  Congreso  constituía,  a  su  vez, 
la  repetición  de  otro,  vivido  en  los  mismos 
escenarios  poco  más  de  un  siglo  antes. 
Aquella  otra  vez,  el  general  Pavía  y  Rodrí-
guez  de  Alburquerque  fue  quien  mandó  gen-
te,  armadas  con  la  pólvora  de  la  época,  a 
disolver  las  Cortes.  Y  todavía  podemos  re-
ferirnos  a  un  capítulo  más  remoto,  que 
acredita  la  reiteración  con  que  los  espa-  / 
ñoles  construimos  nuestra  historia  como  con 
un  martillo  que  machacara  sobre  un  yun-
que;  es  el  que  presenta  a  las  dos  Españas 
librando  su  primer  cuerpo  a  cuerpo:  en 
los  albores  del  pasado  siglo,  después  que 
el  general  Elío  Inició  la  clásica  era  de  los 
pronunciamientos  aboliendo  la  Constitución 
de  Cádiz,  el  general  Eguía  allanó  el  Con-
greso  y  disolvió  las  Cortes.  Los  monárqui-
cos  absolutistas  rompieron  las  lápidas  de 
calles  y  plazas  dedicadas  a  la  Constitución 
y  encarcelaron  a  los  monárquicos  constitu- 
cionalistas,  liberales  y  progresistas.  Un  si-
glo  más  tarde  de  aquel  episodio  primera, 
en  septiembre  de  1923,  el  capitán  general 
de  Cataluña  suspendió  la  Constitución  y  se 
proclamó  dictador.  Como  se  ve,  la  cuestión 
ha  sido  cíclica.  La  noria  sólo  quedó  inte-
rrumpida  esta  reciente  noche  del  23 de  fe-
brero,  primera  vez  que  el  Rey  no  hizo  causa 
común  con  los  sublevados. 

• 

* 

Estos  capítulos  y  otros  que  podrían  agre-
garse  tienen  un  hilo  conductor  significati-
vo:  los  conspiradores  del  33  de  febrero  su- 
ponían  que  el  Rey  iba  a  ponerse  de  su  par-
te;  y  terminaban  los  bandos  o  manifiestos 
con  el  grito  de  ¡Viva  el  Rey!  Primo  de  R i-
vera  bajó  a  Madrid  desde  Barcelona  y  se 
dirigió  al  Palacio  Real  para  que  don  Al-
fonso  XXII  cohonestase  su  rebellón  y  le  en-
tregarse  el  poder.  El  general  Pavia, en  ena-
ro  de  1874,  disolvió  las  Cortes  bajo  Invoca-
clones  abiertas  de  servidumbre  a  la  volun-
tad  nacional  y  subterráneas  de  servicio  a 
la  Corona.  Los  apostólicos  y  absolutistas  de 
1814  cargaron  los  atalajes  de  la 
real  y  reverenciaron  al  rey  Fernando  V IL 
Este  hilo  común  revela  que  los  representan-
tes  de  esa  otra  España  pretendían  que  la 
Monarquía  se  Identificase  con  ellos;  que  el 
Rey  respaldase  su  actitud,  secundara  sus 
propósitos  y  los  arropara  ante  la  España  de 
enfrente.  Durante  casi  dos  siglos  el  propó-
sito  fue  logrado. 

carroza  è 

» 

La  noche  de  febrero  de  ¿981  el  Rey  don 
Juan  Carlos  de  Borbón  no  quiso  ser  Fer-
nando  v n,   ni  siquiera  aceptar,  como  lo  ht- 
zo  su  abuelo  don  Alfonso  x ni   en  1923,  la 
imposición  del  Primo  de  Rivera  contem-
poráneo.  " La   Corona  —dijo—,  símbolo  de 
la  permanencia  y  unidad  de   la  Patria  no 
puede  tolerar  en  forma  alguna  acciones  o 
actitudes  de  personas  que  pretendan 
in-
terrumpir  por  la  fuerza  el  proceso  demo-
crático  que  la  Constitución  votada  por  el 
pueblo  español  determinó  en  su  día  a  tra-
ves  de  referéndum".  La  actitud  de  don 
Juan  Carlos  acreditó  ante  los  ojos  de  los  es-
pano  es  su  decisión  de  acatar  y  defender  la 
Constitución;  ese  acatamiento  y  defensa  son 
ï a  ahora  hechos  probados  y  ratificados  Es-
° "ene u™ dimensión  muy  por  encima  del 
suceso  y  hay  que  insistir  en  ella:  por  pri-
mera  vez  en  la  historia,  el  Rey  h¿  prefe-
rido  enfrentarse  y  defraudar  a  los  que  ha-

» 
* 

^  ^ t e n-

ír a dri C Í O n a l es  

ï ó nÍ dd°
la 
tación  de  la  Corona;  es  decir,  cambió 
prioridad  de  sus  apoyos,  y  en  una  ciaboga 
histórica  corrió  el  riesgo  de  situarse 
a  las  masas  de  una  España,  a  cambio  de 
des-republicanizarjas  quizá  para 
Todo  parece  indical  que  lo  h a l i r a S ^ nJ  
d e s - m o n ^t 
,ue]aquizaa   a  costa  de 

jS 

, 

* 

El  Proposito  que  mencionábamos  anfc*s  de 

arrastrar  al  Rey  a  lncardinarse  o  identifi-
carse  con  la  España  minoritaria,  tradicio-
nalmente  dominante,  constituye  una  de  las 
claves  de  nuestra  historia 
ideológica.  La 
respuesta  de  la  Corona  a  las  pretensiones 
e  Intentos  fue  siempre  causa  por  parte  del 
pueblo  de  calificación  o  descalificación  de 
los  monarcas.  Para  este  juicio  —en  oca-
siones  encubriendo  la  acción  calificadora—, 
las  fu., zas  que 
representaban  a  los  dos 
grandes  resúmenes  o  conceptos  ideológicos 
solieron  tomar  como  pretexto  las  disputas 
sobre  derechos  dinásticos.  O,  dicho  de  otra 
manera:  en  España  las  discordias  de  ca-
rácter  dinástico  llevaron  muchas  veces  ba-
ja  la  capa  de  la  adhesión  al  Rey  —extra-
polada,  cuando  se  presentó  la  ocasión,  en 
la  sucesión  del  Rey—  la  otra  disputa,  la 
ideológica,  de  mayor  dimensión  y  trascen-
dencia. 

La  que  escindió  a  la  dinastía  de  los  Bor-
bones 
-j. las  ramas  isabelina  y  carlista  na-
ció,  como  todo  el  mundo  sabe,  a  cuenta  de 
la  sucesión  de  Fernando  V IL 

La  última  controversia  dinástica.  Esta  gi-
ró,  en  la  vertiente  del  puro  dinastismo  o 
legltlmismo,  en  torno  a  don  Juan  de  Bor-
bón  y  a  su  hijo  don  Juan  Carlos;  pero  ba-
jo  ella  hubo,  como  siempre,  algo  más  que 
los  derechos  o  las  legitimidades  para  ocu-
por  el  trono:  las  dos  Españas,  anidadas  en 
cada  una  de  las  dos  Coronas  o  las  dos  Mo-
narquías  posibles.  Alrededor  de  un  prefijo 
semáii.ico  —el  que  diferenció  Monarquía 
instaurada  de  Monarquía  restaurada—  po-
dría  escribirse  un  tratado  completo  con  re-
flexiones  sobre  este  tema,  tratado  que  des-
bordaria  la  sombra  de  los  árboles  genealó-
gicos.  Nos  llevaría  simplemente  a  la  " M o-
narquía  de  El  P a r d o"   y  a  la  "Monarquía  de 
Estoril". 

El  eje  de  la  disputa  —de  la  verdadera  y 
real  disputa—,  la  ideológica  y  política,  que 
por  trascender  de  personas  y  situaciones 
permanece  constante,  acompaña,  renace  y 
se  rej¿ ,¿  en   las  circunstancias  y  coyuntu-
ras  históricas,  penetró,  pues,  hasta  los  días 
contemporáneos.  Puede  que  se  remonte  a 
tiempos  anteriores  a  aquellos  en  que  vemos 
definida  con  claridad 
la  disputa  misma 
embanderada  con  este  o  aquel  "pretendien-
te";  pero,  en  definitiva,  lo  que  Importa  re-
calcar  es  que  estaba  en  vigencia,  en  los 
fflás  crudos  y  generales  términos,  desde  el 
primer  enfrentamiento  entre  absolutismo  y 
constitucionalismo.  Estos  fueron  el 
reflejo 
—0  1"  íaíz,  o  la  punta  del  "iceberg",  como 
se  quith-a—  de  la  existencia  de  los  dos  po-
los  que,  matizados,  como  he  dicho,  por  la 
evolución  y  la  cultura,  llegaron  hasta 
el 
presente:  absolutistas  en  un 
lado,  inno-
vadores  y  constitucionalistas  en  el  otro. 

Así,  apostólicos,  moderados, 

isabelinos, 
carlistas,  alfonsinos,  anarquistas,  socialistas, 
izquierdistas,  derechistas,  progresistas,  ra-
dicales,  reaccionarios,  rojos,  azules, 
leales, 
facciosos,  nacionales,  Juanlstas,  Juancarlis-
tas.  franquistas,  fueron  y  son  términos  que 
entre  osotros  contienen  etiquetas  o  expre-
siones  semánticas  ancladas  a  una  concep-
ción  previa,  visceral  y  racionalmente  di-
ferenciadora. 

ejemplo:  en  1923  eran  monárquicos 
Calvo  Sotelo,  Primo  de  Rivera,  Martínez 
AUido...,  pero  también  lo  eran  Romanones, 
Maura,  Santiago  'Alba...  Separaba  a  ambos 
grupos,  sin  embargo,  un  abismo  de 
ideas 
jos   primeros  en  la 
nacidas   d el   a n ciaje
definición  absolutista  de 
la  Monarquía; 
mientras  que  el  anclaje  de  los  segundos  co-
rresponia   a  ias   conformaciones  del  pensa-
miento  liberal  y  al  entronque  constltuclo-
nalista  y  parlamentarlo  de 
la  Institución. 
Dorante  el  régimen  de  Franco  también  fue-
ron  monárquicos  Vigón,  Carrero,  Oriol,  Fer-

; Jf i M B fw 

H B M H H B H H M H H M HI 

•i 

no  tiene  que  ver  con  la  Edad  Media  o  la 
conquista  de  América,  yo  no  puedo  pensar 
sino  que  es  anacrónica  y  absurda.  Que  un 
hombre  por  ser  hijo  de  otro  y  nieto  de  un 
tercero  esté  destinado  a  ser  el  rey  de  los 
demás,  a  imponer  su  razón,  su  criterio  o 
simplemente  su  arbitraje  a  los  demás,  no 
resiste  el  análisis;  es  una  ofensa  a  la  ra-
zón,  una  pervivencia  ultrajante  de  los  tiem-
pos  oscurantistas  y  arcaicos  de  los  mitos, 
las  supersticiones  y  la  Incultura.  Pero  que 
la  Monarquía  en  España  pueda  ser  vista 
hoy  como  un  instrumento  para  pasar  de  un 
régimen  dictatorial  a  un  régimen  democrá-
tico  es  otra  cosa.  Se  trata  de  una  cuestión 
instrumental  o  estratégica;  lo  que  importa 
es  lo  otro,  a  dónde  se  va:  ¿a  la  Implanta-
ción  de  la  democracia,  a  que  el  pueblo  re-
cobre  las  libertades  y  la  soberanía  y  sea 
el  pueblo  quien  decida  y  quien  gobierne?". 
En  las  antípodas  de  Castro  estaba  y  está 
Richard  Nixon,  a  quien  hice  la  misma  pre-
gunta.  Me  respondió:  "Nosotros,  las  gentes 
de  los  Estados  Unidos,  que  somos  esencial-
mente  republicanos,  solemos  llevarnos  bien 
con  los  países  monárquicos  que  hay  en  el 
mundo;  y  yo,  personalmente,  no  creo  que 
en  Inglaterra,  por  ejemplo,  haya  diferencias 
sustanciales  en  el  concepto  y  el  ejercicio  de 
la  democracia  y  de  los  derechos  humanos, 
del  concepto  que  tenemos  y  del  ejercicio  que 
practicamos  en  nuestro  país.  Los  pueblos 
han  de  saber  concillar  con  la  vida  moder-
na  esas  características  peculiares  que  vie-
nen  del  pasado  y  están  presentes  en  su  tra-
japonés  sea  el 
dición.  Quizás  el  ejemplo 
mejor  exponente  actual  de  esa  conciliación. 
Estados  Unidos  tiene  una  historia  muy  cor-
ta  y  en  ella  no  han  gravitado,  obviamente, 
tales  cuestiones;  pero,  en  cambio,  el  poder 
efectivo  que  ejerce  un  presidente  norteame-
ricano  no  es  inferior  al  que  a  veces  tiene 
un monarca  europeo,  limitado  por  una  Cons-
titución  y  unos  Parlamentos.  Yo   no  propug-
naría  nunca  una  monarquía  para  mi  país, 
y  mi  pueblo  encontraría  ridiculo  que  se  pro-
pugnara  y  a  quien  la  propugnara;  pero  tam-
poco  contribuiría  en  modo  alguno  a  derri-
bar  las  respetables  monarquías  que  en  Euro-
pa  existen  y  que  son  uf  modelo  de  demo-
cracia  y  de  estabilidad' 

general 

nández  de  la  Mora...  Pero  al  mismo  tiem-
po  lo  eran,  aunque  de  otra  Monarquía  —no 
sólo  de  otro  rey,  sino  de  otra  idea  de  la 
Monarquía,  hay  que  recalcarlo—,  Sáinz  Ro-
dríguez,  Gil  Robles,  el 
Aranda, 
Joaquín  Satrústegui,  López  Ibor...  A  la  Mo-
narquía  de  Estoril,  la  juanlsta;  o  sea,  a  la 
idea  liberal,  democrática  y  constitucionalis-
to  de  la  Monarquía,  la  apoyaron  republica-
nos,  socialistas,  moderados  de  izquierda  co-
mo  Salvador  de  Madariaga,  Tierno  Galván, 
García  Trevijano,  Dionisio  Ridruejo,  Raúl 
Morodo,  Fernando  Chueca,  Fernando  Mo-
ran... 

Como  en  España  todo  es  relativo,  dentro 
de  cada  grupo  se  repite  de  algún  modo  la 
dicotomía  principal  —acaso  ésta  sea  una  de 
las  causas  que  expliquen  disgregantes  y  ato-
mizantes  actitudes  del  español—.  Cuando 
Gil-Robles,  en  nombre  de  los  monárquicos, 
y  Prieto,  en  el  de  los  socialistas,  iniciaron 
las  conversaciones  que  condujeron  al  llama-
do  "Pacto  de  San  Juan  de  Luz",  Prieto  se 
lamentaba  de  tener  a  su  Izquierda  a  jaba-
líes  que  nada  querían  saber  con  los  mo-
nárquicos.  " La   Monarquía  suscita  en  ellos 
—explicó—  la  misma  irreductible  aversión 
que  el  régimen  de  Franco".  Los  monárqui-
cos  respondieron:  " Si   usted  tiene  cafres  a 
su  izquierda,  nosotros  los  tenemos  a  la  de-
recha".  Siempre  hay,  pu-iS,  que  temer  a  la 
España  de  ios  cafres,  estén  donde  estén. 

E!  dilema 
Monarquía-República 

Pregunté  una  vez  a  Fidel  Castro  qué  pen-
saba  de  la  Monarquía  y  de  una  restauración 
monárquica  en  España.  Me  respondió:  " De 
la  Monarquía  en  abstracto,  en  general,  en 
este  mundo  en  el  que  estamos  viviendo,  que 

El  gran  poeta  chileno,  premio  Nobel  y 
premio  Stalin,  Pablo  Neruda.  candidato  del 
Partido  Comunista  a  la  presidencia  de 
Chile  y  cuya  muerte  lloramos  todos,  con 
quien  hablé  más  de  una  vez  en  Isla  Negra 
y  en  Punta  del  Este,  me  contestó  afable, 
pero  categórico.  "Para  un  hombre  Inteligen-
te  y  culto,  monarquía  y  democracia  se  ha-
cen  difícilmente  compatibles.  Yo   soy,  en  el 
fondo,  Indiferente  a  las  formas,  pero  es  que 
hay 
incompatibles 
con  la  esencia.  El  pueblo  español,  cuando  se 
libere  del  franquismo,  elegirá  a  la  república. 
La  dignidad  del  hombre,  la  inteligencia  del 
hombre,  el  sentido  de  Igualdad  y  de  justi-
cia  innato  en  el  hombre  rechazan  la  idea 
monárquica  ". 

formas  intrínsecamente 

No  menos  tajante  fue  el  socialista  argen-
tino  y  brillante  profesor  universitario  Al-
fredo  Palacios.  Frente  a  frente  con  él  en 
una  sobremesa,  al  plantearle  yo  el  tema  es-
pañol,  hablándole  de  la  monarquía  como  po-
sible  desembocadura  y  salida  del  régimen 
de  Franco,  me  miró  entre  indignado  y  so-
carrón:  "¿Pero  cómo  puede  usted  ser  mo-
nárquico  a  estas  alturas?  —exclamó—.  Si 
plantea  tal  cosa  en  cualquier  Universidad 
de  acá  le  dan  una  "movida"...  ¿Una  mo-
narquía  puesta  ahí  en  acuerdo  con  el  dicta-
dor?...  No  podría  ser  considerada  más  que 
la  continuación,  con  otro  nombre,  del  régi-
men  totalitario  de  Franco.  Hoy  no  se  pue-
de  hablar  ya  de  eso.  Las  monarquías  que 
aún  quedan  son  reductos  del  pasado;  se 
sostienen  por  inercia;  constituyen  el  ampa-
ro  de  oligarquías  cue  también  subsisten  pa-
ra  vergüenza  del  mundo  civilizado.  Tales  es-
tamentos  están  condenados  à  desaparecer 
tarde  o  temprano  como  desapareció  la  es-
clavitud.  Los  pueblos  aspiran  a  un  orden 
social  más  justo  y  más  libre;  y  la  existen-
cia  de  seres  con  privilegios  y  coronas  es 
una  contradicción.  La  libertad  y  la  justicia 
social  son  las  bases  del  socialismo  ético  y, 
en  consecuencia,  las  del  mundo  inmediato. 

Estas  categóricas  y  antagónicas  concep-
ciones  de  cada  una  de  las  dos  Españas  se 
pusieron  otra  vez  de  manifiesto,  y  bien  cru-
damente,  al  estallar  la  guerra  civil  en  1936. 
ine-
El  estallido  trazó  una  línea  divisoria 
xorable,  irracional  y  extrainstitucional  en-
tre  los  españoles.  En  las  trincheras,  a  un  la-
do  estuvieron  los  llamados  " r o j o s ",   herede-
ros  de  los  liberales  y  constitucionalistas  de 
las  Cortes  de  Cádiz,  y  al  otro  los  "nacio-
nales",  depositarios  a  su  vez  del  pensamien-
to  apostólico  de  Fernando  v n.   La  apoteo-
sis  de  esta  división  y  el  resultado  final  del 
encuentro  bélico  están  firmados  por  Franco 
en  el  último parte  de  guerra, el  que  dice  que, 
cautivo  y  desarmado  el  "Ejército  r o j o ",   han 
alcanzado  las  "tropas  nacionales"  sus  últi-
mos  objetivos.  Y  el  ultlmíslmo  Intento  por 
identificar  a  la  Monarquía  con  las  tropas 
nacionales,  o  sea  con  la  fracción  vencedora, 
discurrió  ante  nuestros  ojos  desde  el  pun-
to  en  que  don  Juan  Carlos  de  Borbón  fue 
designado  sucesor  de  Franco. 

Durante  los  cuarenta  años  de  franquismo 
en  España  se ha  sabido por  todos  lo  que  sig-
nifica  ser  " r o j o ".   No  voy  a  Insistir  sobre 
el  tema  ni  a  resucitar  vergüenzas,  tristezas 
y  reproches;  pero  es  preciso  que  quede  aquí 
—por  lo  que  enseguida  se  verá  y  por  lo  que 
tiene  de  incidencia  en  este  l i b r o-   ese  con-
cepto  de  la  existencia  de  "los  rojos",  con 
toaas  sus  resonancias,  ecos  y  reecos;  no  sólo 
como  descripción  de  la  tinta  que  coloreará 
los  mapas  en  que  partió  a  España  la  gue-
rra  fratricida,  sino  para  describir  la  ads-
cripción  a  un  bando  específico,  punto  de  re-
ferencia  de  muy  precisas  connotaciones  his-
ideológico 
tóricas,  rebosantes  de  contenido 
y  político. 

La  Monarquía  de  Estoril 

Pues  bien,  dentro  de  esta  dicotomía  tras-
cendente  y  permanente,  tantas  veces  trá-
gica,  que  cambia  de  piel  de  personajes,  pe-
ro  no  de  esencia,  don  Juan  de  Borbón  y 
Battemberg,  hijo  del  último  rey,  don  Al-
fonso  de  Borbón,  luego  de  vicisitudes  y  re-
flexiones  que  merecen  ser  analizadas  des-
pacio,  rompió  en  la  década  de  los  cuaren-
ta  los  esquemas  convencionales  de  la  Mo-
narquía,  anclada  a  la  tuerza  en  la  prisión 
ideológica  de  uno  de  los  dos  bandos.  Don 
concepción 
Juan  de  Borbón  anuncio  una 
monárquica  integradora,  superadora  de  las 
terribles  diferencias  y  conciliadora  del  an-
tagonismo.  Deseó  que  la  institución  monár-
quica  no  apareciese  como  bandera,  cobijo, 
pretexto  o  monopolio  de  rojos  o  azules  ni  de 
disputa  alguna:  "A   la  Monarquía  —dijo— 
algunos  la  ven  como  si  forzosamente  tuvie-
ra  que  ser  derechas  y  amparar  y  defender 
los  privilegios  de  las  derechas.  Esto  es  un 
error  tremendo.  Precisamente  esa  definición 
equivocada  de  la  Monarquía  es  lo  que  hizo 
que 
las  Izquierdas  se  plantearan  algunas 
veces  como  principal  objetivo  el  derribarla. 
La  Institución  monárquica  no  debe  ser  de 
derechas  ni  de  izquierdas,  sino  que  la  ins-
titución  arbitral,  integradora  y  moderada, 
en  cuyo  seno  puedan  convivir  todas  las  pos-
turas  o  tendencias  civilizadas  que  existan  en 
el  país". 

" El   pacto  de  españoles  —señaló  don  Juan 
y 
en  otra  ocasión—  no  es  de  vencedores 
vencidos,  sino  de  las  dos  Españas  que  an-
tes,  ahora  y  siempre,  estuvieron  en  discor-
dia  porque  parten  de  concepciones  diferen-
tes  y  de  nostalgias  y  prejuicios  del  pasado. 
Convengamos  en  que  ambas  deben  acercar-
se,  reconociéndose  mutuamente  sus 
valo-
res  y  puntos  comunes.  La  profunda  trans-
formación  de  las  estructuras  económicas  y 
sociales  de  España  permite  qué  la  derecha 
y  la  Izquierda,  modernizadas,  se  encuentren 
Juntas  en  la  afirmación  prioritaria  de  la 
democracia". 

Miércoles,  3-3-82  /  Página  9