1977-10-19.REPORTER.21.FRUSTRACIÓN PELIGROSA AGT
Publicado: 1977-10-19 · Medio: REPORTER
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FRUSTRACIÓN PELIGROSA REPORTER 21. 19 OCTUBRE 1977 ANTONIO GARCIA-TREVIJANO Un insondable, y todavía confuso, sentimiento de frustración está tomando arraigo en el alma de aquellos sectores sociales que más esperanzas pusieron en la libertad. La continuación en el control del Estado de las mismas capas sociales que lo tuvieron durante el franquismo; el abismo que separa las ideologías y las prácticas de los partidos políticos; la carencia de una moral de trabajo y, por tanto, de una conformación ética del futuro; y, en fin, la ausencia radical de un principio de estructuración social y política, en torno a un tipo razonable de orden democrático, alimentan sin cesar el estado de decepción en el que ya se encuentran los cuadros, los ciudadanos y ciertos sectores de las masas urbanas, que con mayor ilusión vivieron lo que «para ellos» fue el paso de la dictadura a la democracia. Los demócratas que no protagonizan la situación, y que no se han convertido, así, en una partícula de la maquinaria política de la Restauración, se sienten desorientados. Lucharon por las libertades formales bajo la dictadura y no las reconocen ahora en los hechos. Defendieron a los partidos políticos en la clandestinidad, y no los comprenden en la legalidad. Se esperanzaron ayer con el esbozo de unas comisiones obreras libres e independientes de los partidos, y hoy no saben, entre tanta central sindical, donde se encuentra el germen unitario y responsable del movimiento obrero. Favorecieron los esfuerzos del empresariado industrial para reconvertir su posición subalterna respecto a la oligarquía financiera, mediante una original alianza política con los sectores democráticos, y asisten ahora estupefactos al suicidio económico que representa para la vida productiva, la vuelta del capital industrial al redil financiero. Vieron en las autonomías de la periferia un punto de ruptura con el centralismo político que suprimía las libertades en todo el territorio, y constatan cómo se van convirtiendo, poco a poco, en puntos de integración con el sistema oligárquico del mismo centralismo económico. Dos únicos hechos, en este triste inventario de renunciaciones, parecen justificar, desde el punto de vista del progreso democrático, a la situación actual. El reconocimiento de la legalidad del Partido Comunista y el retorno formal de la Generalitat catalana. Pero la pregunta surge incontenible: ¿justifican estas dos formalidades la renuncia a tanta sustancialidad?, ¿no existía otro camino menos desgarrador del presente y más constructor de futuro? Es inútil y fantasioso hablar de la historia que no ha sucedido. Bajo el supuesto de que la oposición democrática no hubiese pactado con el franquismo, de que no se hubiesen celebrado elecciones sin libertades previas, y de que la unidad de las organizaciones sociales y políticas de la democracia no se hubiese roto, no sabemos, ni podrá nunca saberse, si a estas alturas estaríamos en la democracia o en la dictadura, en el orden o en la anarquía. Tan fantasioso sería responder a esta cuestión escolástica, como imaginar, o decir, que «con un presidente de la República habría empezado ya el tiroteo». Lo que importa en este crítico momento, donde nadie puede erigirse en juez de su propia causa, es volver a orientar, a partir de la situación actual, a los ciudadanos y a los sectores sociales que se sienten defraudados. No vaya a suceder que la decepción y la frustración sentimental ante una mala experiencia se torne, por falta de reflexión, en rechazo inconsciente de lo que aún no ha sido experimentado: la libertad y la democracia. La frustración social, y la dolorosa decepción de muchos ciudadanos, ante la mediocre conducta de nuestros partidos políticos, es a la vez real e injustificada. No puede haber decepción más que donde antes anidó la esperanza. Es hora ya de confesar que, en uno u otro momento, todos los demócratas nos habíamos entregado a una ilusión. La mía se rompió prematuramente. Por ello denuncié, a sabiendas de que entonces no sería comprendido, la falsedad del camino que emprendió la oposición hace justamente un año. Hoy se está rompiendo la ilusión de los que confiaron en ese camino. En realidad, los partidos democráticos no han caído tan bajo como suponemos porque tampoco se habían elevado tanto como nos imaginamos. Situándonos en el terreno firme de las realidades y de las situaciones concretas, y no en el resbaladizo subsuelo de la psicología, no se tornará peligroso para la libertad el estado de frustración si tenemos la sinceridad de reconocer las dos conclusiones a que nos conduce el análisis riguroso del momento político de España: no estamos en la libertad ni en la democracia, como nos dice el aparato ideológico de la derecha, ni tampoco en el camino que pueda llevarnos a ellas, como finge creer la izquierda. Son las falsas ideas que nos hacemos de la realidad, y no la realidad misma, las que crean la frustración. Por ello, no es la falta de libertades auténticas, ni el alejamiento de los ciudadanos de las decisiones políticas que les conciernen, los que produce el estado actual de frustración democrática. Peor era la condición ciudadana bajo la dictadura y no produjo esa clase de frustración. Lo verdaderamente peligroso, lo que debemos combatir y denunciar, con mayor energía aún que la desplegada bajo la tiranía de la fuerza bruta, es la falta de esperanza que ocasiona la falsa y uniforme creencia, propagada por la inteligente fuerza de la clase editorial y política, de que la situación actual realiza la democracia o, en el peor de los casos, recorre el camino que nos acerca a ella. Si esta es la meta o el camino, hemos de reconocer con humildad que para ese viaje no necesitábamos alforjas democráticas. Seguiremos como antes, aunque se nos permita hablar. Es decir, viviendo de prestado y solicitando cada noche un hospedaje en nuestra propia casa. Esta, y no otra, es la fuente de la frustración colectiva que puede revolverse contra quienes inconscientemente la crean, regalando de este modo a la reacción la oportunidad de unir ante la opinión, como el efecto a su causa, el desorden y la impotencia, reales, de la Restauración con las libertades y la democracia, imaginarias, de la situación actual.