1977-09-14.REPORTER.17.DOS VIAJES UNA CRISIS AGT

Publicado: 1977-09-14 · Medio: REPORTER

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DOS VIAJES UNA CRISIS
REPORTER 17. 14 SEPTIEMBRE 1977
 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Algunos medios informativos y los círculos políticos allegados al poder hablan de una nueva crisis de Gobierno. Como en los mejores tiempos del franquismo nadie sabe con certeza a qué atenerse respecto a estos rumores. A los antiguos expertos en "pardología" suceden los nuevos oráculos del "zarzuelismo". ¿Ha perdido el presidente Suárez la confianza de la Corona? Aquí comienzan y terminan generalmente todos los cálculos y previsiones.
Razones para esa supuesta crisis de confianza entre la Zarzuela y la Moncloa no faltan. Rechazo de la política económica nacional por los agentes de la producción, empresarios y obreros, y rechazo de la política económica internacional por los agentes de la restauración, americanos y europeos. Es decir, fracaso del plan de saneamiento económico y fracaso del plan de integración en el Mercado Común. A estas dos razones objetivamente existentes se añaden dos evidencias. Falta de autoridad del presidente para imponer la disciplina en el seno de su Gobierno y en el de su propio partido, y falta de habilidad política para resolver la cuestión vasca y la legitimidad de la Generalitat catalana. La paliza a un diputado socialista no parece ser, además, el modo más indicado de prestigiar a un Gobierno en crisis de autoridad.
Pero es completamente injusto, y además pueril, atribuir la crisis actual, cierta, a la mala gestión, indudable, del presidente Suárez. Este hombre, agitado y pequeño, no ha producido crisis alguna que no existiera ya antes de ser llamado a la Presidencia. Su responsabilidad, tremenda, no reside en el mal que inconscientemente ha hecho, sino en el bien que conscientemente ha impedido hacer. Tomó las riendas del Gobierno, no las del poder, en plena crisis de autoridad política, es decir, cuando la crisis de Estado estaba a punto de resolverse, en un proceso natural de maduración. Este proceso habría conducido a un Gobierno provisional de concentración democrática que hubiera instalado de golpe —pero no a través de un golpe— todas las libertades, garantizando la efectiva dirección del proceso productivo, con un austero plan de reactivación selectiva de la actividad económica.
Sólo un país gobernado podía enfrentarse con el problema constituyente de su Estado político. Y en aquel momento había hombres y partidos con autoridad y estatura de gobernantes. La Corona cometió el primer y básico error de la Restauración. En lugar de invitar, ella misma, a todos los líderes de las fuerzas políticas y sociales a una tarea trascendente y generosa, cual era la de concurrir, sin renuncia de sus ideologías, a la construcción de un Estado moderno y democrático, llamó al más dúctil, dócil, y, ¿por qué no decirlo?, menos preparado de sus cortesanos franquistas para que empequeñeciera y "mediocretizase" a la oposición, poniéndola a su mismo nivel.
Hay que reconocer los méritos allí donde los hay. El presidente Suárez ha realizado su tarea a la perfección. ¿Quién puede hoy criticarlo con autoridad moral?, ¿la Corona que lo eligió?, ¿la prensa que lo ensalzó?, ¿los partidos políticos que fueron a la Moncloa a aceptar su participación en unas elecciones sin previo ejercicio de las libertades?, ¿los líderes que salían de la Moncloa hablando de la inteligencia y del talento político del señor Suárez?, ¿los hombres de LA UCD que están hoy en el Gobierno o en la presidencia de las Cortes porque Suárez ha querido?
Una cosa es bien segura. Quien no tiene autoridad moral para criticar coherentemente a un gobernante, no tiene tampoco autoridad política para sustituirlo. Esta es la auténtica y única fuerza del presidente Suárez. Nadie que haya participado en la farsa electoral puede pretender hoy desplazarlo. Si estamos dispuestos a seguir la farsa, formando gobiernos de coalición que respondan a las proporciones del escrutinio electoral, hay que reconocer sinceramente que el señor Suárez es el mejor jugador, y que nada le obliga a compartir el Gobierno con los perdedores. El peligro para Suárez sólo puede venir de quien esté en condiciones objetivas de ofrecer a la Corona la posibilidad, cada día más fácil, de un Gobierno democrático "paraparlamentario", que pueda dirigirse con autoridad y prestigio tanto a las clases empresariales como a las clases trabajadoras, y que, en consecuencia, pueda afrontar la crisis constituyente del Estado desde una posición de cierta autonomía respecto a las potencias occidentales que hoy nos mantienen en la crisis económica.
En los actuales estados industriales, no me cansaré de repetirlo, las crisis estructurales de la economía se transforman en crisis de estado, y las crisis de autoridad política se convierten en crisis estructurales de la economía. España está hoy en una gravísima crisis porque concurren, y se refuerzan recíprocamente, las causas de la crisis económica y de la crisis de autoridad. Y en ambas causas el factor internacional está operando activamente en contra de la solución nacional.
Hay que ser muy precisos en el diagnóstico y en el análisis si se desea encontrar, de verdad, una salida constructiva a la actual situación de envilecimiento económico y político. Por ello no basta con decir, como hasta ahora he dicho, que la crisis actual es la misma crisis de Estado existente con anterioridad a las elecciones, y no una simple crisis de Gobierno. Esta afirmación, por si sola, no da explicación completa al hecho de que ahora vuelvan a plantear el tema de la crisis política los mismos órganos de prensa y los mismos aparatos ideológicos que la han negado durante tres meses. Algo ha cambiado. Aunque lo niegue el señor Suárez, al regreso de su lamentable gira europea. Y aunque también lo niegue el señor González al regreso de su no menos lamentable visita a Chile, donde entró como abogado de las víctimas de Pinochet para salir casi como defensor del verdugo. Y justamente lo que ha cambiado está estrechamente relacionado con estos dos viajes, que no han sido sincronizados por el azar, sino por la nueva estrategia de la diplomacia "carteriana", seriamente enfrentada con la socialdemocracia alemana y con el Gobierno francés a propósito de la campaña por los derechos humanos y su repercusión en las relaciones con la Unión Soviética. España se ha convertido en el escenario donde el neocapitalismo americano y el capitalismo europeo miden la fuerza de sus contradicciones y rivalidades. Suárez, desasistido de las inversiones que le prometieron las corporaciones americanas, busca infructuosamente una salida europea a la crisis de la economía española. González, el político español más sensible, por su dependencia, al juego del capitalismo internacional, hace méritos ante el verdadero sucesor de Kissinger, Brzezinski, no viendo en "blanco y negro" el régimen de Chile, para que pueda verlo "en gris" el presidente Cárter cuando reciba a Pinochet en Panamá. Lo que ha cambiado es la pérdida de confianza del capitalismo americano en Suárez, y la solicitud con la que González acude a los deseos de los diseñadores de la nueva ambición planetaria de Norteamérica. En este contexto cobra todo su sentido el texto del diario "El País" contra Suárez, y los dos artículos de su director, clamando, como De Gaulle, pero al revés, por "una cierta idea de España" y por un Gobierno de coalición con el PSOE.