1977-08-30.REPORTER.15.EL PARTIDO DEL EXTRANJERO AGT
Publicado: 1977-08-30 · Medio: REPORTER
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EL PARTIDO DEL EXTRANJERO REPORTER 15. 30 AGOSTO 1977 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO Durante cuatro décadas, España ha estado ausente de la escena mundial. Este aislamiento, a diferencia del ostracismo de la antigüedad griega, no ha sido debido al recelo que despierta la superioridad, sino al desprecio que merece el despotismo cuando no lo acompaña la potencia. El régimen del general Franco estuvo, todo él, impregnado del provincianismo y de la "anticultura" reaccionaria de las clases que simbolizaba el fundador. Lo cual no fue un obstáculo, sino una gran ventaja, para el desarrollo del instinto de conservación del poder ante el juego de las potencias mundiales. Franco no tuvo, ni practicó, una estrategia determinada en materia de política internacional. Su única preocupación táctica fue la de obtener en cada coyuntura una cobertura de respetabilidad internacional a la violencia interior de su régimen. Para conseguirla nunca dudó en sacrificar los intereses nacionales a los del régimen político. Cobertura espiritual de la Santa Sede y cobertura militar del Pentágono. En la última fase de la dictadura, el cambio de la política económica de autarquía por la de integración en el mercado internacional, obligó a un juego de intereses inmediatos con los países del Mercado Común, sobre el que se montó con la connivencia de ciertos gobiernos europeos, la parodia tecnocrática de la política europea del franquismo. Si a estos tres factores reales añadimos dos abstracciones retóricas, la hispanidad y el arabismo, y una concreta reivindicación territorial, Gibraltar, completaremos el horizonte de campanario desde el que varias generaciones han visto y vivido en España los asuntos del mundo. En este analfabetismo cultivado, contra el que ni la prensa ni la diplomacia, salvo alguna rara excepción, se levantaron, es natural que aparezcan las cuestiones internacionales como temas especializados para eruditos, que aburren a la opinión pública. La mayor parte de la clase política actual no va más allá de considerar a la política exterior como una función técnica del Estado, desempeñada por funcionarios especializados en relaciones públicas internacionales, destinada a presentar en el extranjero una buena imagen del Estado interior. Durante la campaña electoral, ningún partido explicó a los electores la encrucijada histórica en la que se encuentra España ante el desenfrenado apetito de las potencias mundiales. Tampoco se cuestionan ahora los verdaderos propósitos, o las significaciones objetivas, del viaje del presidente Suárez a cuatro capitales europeas. En el fondo de esta aparente indiferencia late, sin embargo, un profundo escepticismo, y, lo que es su consecuencia obligada, una indignidad nacional. Porque nadie ignora que en las condiciones del mundo moderno nada ocurre que nos pueda ser indiferente o extraño. Hoy todos los países están presentes en la escena internacional en virtud de un proyecto mundial. Que este proyecto sea propio o ajeno poco importa para estar comprometidos en el juego de las potencias. El más pequeño país, por su sola situación geográfica, es ya una pieza de influencia estratégica. En toda decisión importante de política interior se incide, quiérase o no, sobre la situación internacional. La política exterior llega a condicionar los asuntos nacionales hasta el extremo de verse tratada como cuestión de orden público interior. Es cierto que la extrema complejidad de la dialéctica de poder entre las fuerzas internacionales, y su cada vez mayor incidencia en las situaciones políticas interiores, hacen muy problemático el camino de la independencia y de la dignidad nacional. Muchos hombres políticos, incluso dotados de capacidades analíticas, renuncian a toda iniciativa en materia de política internacional ante el temor de hacer, en todo caso, el juego de alguna potencia extranjera. Esta perplejidad de la razón nos deja inermes ante las voluntades ajenas. Renunciar a una concepción propia de la política internacional es adoptar indefectiblemente el partido del extranjero. Por difícil y complicado que parezca el laberinto de las relaciones internacionales siempre hay una salida para la honra y los intereses nacionales. Cuando parece que, hagamos lo que hagamos, haremos el juego de otro, el único criterio racional de la acción es el de hacer bien nuestro propio juego. No en el sentido mezquino de vivir al día sacando provechos inmediatos de cada situación, sino practicando aquella política internacional que más nos acerque, o menos nos se-pare, de la idea del mundo que hayamos internamente definido. Por ello, toda actitud de indignidad en las relaciones exteriores denuncia una situación de dominación exterior en la política nacional. La política extranjera es la prolongación y la consecuencia de la política interior. Si falta una idea del mundo en la concepción de la política internacional de la Restauración, si el Estado actual carece de estrategia en las relaciones internacionales, es porque el equilibrio de la relación de poder que lo mantiene y constituye como estado no es un equilibrio nacional autónomo. Los partidos hegemónicos de la Restauración no son organizaciones extranjeras, sino dos versiones nacionales del partido del extranjero en España. Una organización política que no siente vergüenza de solicitar credibilidad, y homologación, de un país extranjero, no es un partido nacional que pueda dar personalidad e independencia al Estado. Cuando un Gobierno pospone o sacrifica en sus relaciones internacionales los intereses de la sociedad que representa a los del partido que lo sostiene, y este partido no es ampliamente representativo de la mayor parte de la población, la misión diplomática se transforma en una función de policía exterior, si es leal al Gobierno, o en una traición al Régimen, si es leal a la patria. Fuera del contexto de un Estado verdaderamente democrático, el servicio diplomático es un drama personal para los hombres dotados de conciencia histórica. Es completamente legítimo que ellos, y nosotros, interroguemos a la UCD, y al presidente Suárez, sobre sus concepciones en materia de política europea. El asunto es de una trascendencia vital para el porvenir de los intereses económicos y culturales de toda la población española, y necesitamos saber a qué atenernos. España pertenece indudablemente al continente europeo, y es interdependiente de los demás países europeos. La evidencia misma impone la opción europea de España. Pero, ¿de qué Europa se trata? Mientras que España es una entidad política real, Europa es todavía, y solamente, una pura virtualidad o, mejor dicho, una necesidad histórica. Lo real no negocia ni se asocia con lo virtual. En el mejor de los casos, este viaje del presidente Suárez, si obedece a motivaciones reales de interés nacional, no puede más que contribuir al aumento de nuestra subordinación económica y alejamiento de la virtualidad democrática de una Europa unida. Sin libertades democráticas propias España está indefensa ante los intereses económicos extranjeros. Lo estuvo bajo Franco, y lo estará bajo la Restauración mientras los partidos hegemónicos, en la derecha y la izquierda, sigan concibiendo las relaciones internacionales como lo hizo el franquismo. Es decir, como coberturas exteriores de su credibilidad o respetabilidad en el interior.