1977-08-09.REPORTER.12.UNA RESTAURACIÓN ESPECULATIVA AGT

Publicado: 1977-08-09 · Medio: REPORTER

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UNA RESTAURACIÓN ESPECULATIVA
REPORTER 12. 09 AGOSTO 1977
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Es imposible una regeneración de la vida pública y de la moral productiva si concebimos esta tarea como una empresa autónoma de carácter voluntarista. El combate contra la corrupción y contra el escepticismo de las élites, así como la animación y el interés de los ciudadanos por las cuestiones políticas, no pueden ser sustentados sobre un proyecto moral desconectado de los intereses vitales en juego.
El interés colectivo de la España actual no gira en torno a una elección idealista entre la moral de la producción capitalista, dominada por la idea del beneficio privado, y la moral de la producción socialista, inspirada por la idea de la satisfacción de las necesidades verdaderamente humanas de los ciudadanos. Planteando así los términos de la disyuntiva económica no tenemos posibilidad de elección entre los mismos porque, hay que decirlo brutalmente, falta en la realidad actual el término realizable de una alternativa socialista... y no se puede elegir donde no hay. Pese a la evidente superioridad teórica de la producción planificada sobre la anarquía de la producción mercantil. El verdadero problema de la moral económica se sitúa hoy en la perspectiva del proceso de industrialización en el que estamos inmersos. ¿Quién puede orientar el proceso económico hada una producción industrial estable y enriquecedora?
¿Quién puede yugular la inflación, asegurar el pleno empleo y aumentar la competitividad de nuestros productos y servicios en el mercado internacional? ¿Quién puede, en definitiva, sacarnos de la grave crisis que nos atenaza y nos paraliza entre el doble temor de la vuelta a la miseria o del retorno a la esclavitud? Sólo quien tenga esta potencia tiene la de la organización ética de la sociedad industrial.
Si estamos enfermos llamamos al médico. Si se avecina una guerra llamamos a los militares. Si proyectamos una urbanización llamamos a los arquitectos. Pues bien, si nuestra economía industrial está gravemente enferma, si se presiente la cercanía de una batalla entre las clases empresariales y laborales, si se desea un nuevo proyecto de relaciones industriales, lo prudente y sensato sería llamar a quienes, no habiendo tenido	"la" responsabilidad	de la crisis, son los auténticos portadores de los intereses industriales y están dotados de capacidad colectiva para reorientar con sentido de futuro el proceso de industrialización. Es decir, las clases industriales. Los empresarios, los obreros, y las capas técnicas. En su lugar, la Restauración ha llamado para superar la crisis a la misma clase social que la ha creado: a los banqueros. 
En España la situación de la industria respecto a la banca es exactamente inversa de la que existe en Norteamérica y en los países europeos más avanzados. El capital financiero domina en España todo el proceso económico.
La industria, incluida la gran industria, carece de independencia y de autonomía ante la banca.
Ha nacido, y se ha desarrollado bajo los impulsos y los frenos de los créditos bancarios. No tiene capacidad de autofinanciación.
La función del crédito no es la de un servicio auxiliar de la actividad industrial. Es la industria la que funciona al servicio de la banca. Desde que en España existe una política económica in-defectiblemente se ha convertido en una política financiera, favorable a los intereses de las clases especulativas (banqueros, comerciantes) y perjudicial para las clases industriales (empresarios, obreros, técnicos, investigadores).
Los tecnócratas franquistas y los tecnócratas restauradores padecen un mismo peligroso error de óptica. Consideran a nuestra estructura económica como "homologable" con la de Europa occidental, sólo que a unos pasos de retraso. No perciben la diferencia cualitativa que distingue a una economía industrial de una economía financiera. El fracaso de los planes de desarrollo de los años 60, el envilecimiento constante de la peseta, la permanente subida de los precios y el paro son las consecuencias naturales de la gran ignorancia y de la gran desfachatez con la que nuestros tecnócratas importan modelos franceses, alemanes o norteamericanos para conducir el crecimiento de nuestro proceso productivo. En el sistema capitalista de producción no hay una sola vía a la industrialización. Inglaterra siguió, la primera, un camino altamente original, que no se ha repetido. La capitalización industrial la iniciaron los grandes propietarios de la renta agrícola, que introdujeron el modo capitalista de producción en la agricultura antes que en la manufactura.
Alemania inventó, con Bismarck, el desarrollo industrial "desde arriba", mediante la utilización del poder del Estado, en beneficio de la clase granterrateniente que lo dominaba. Francia pasa por ser el prototipo de la industrialización "desde abajo", cuando en realidad la revolución burguesa fue una gesta de la burguesía comerciante y del jacobinismo pequeño-burgués, mientras que el proceso de industrialización fue una obra de bonapartismo, tras la liquidación del reino de los banqueros de la Monarquía de Luis Felipe. Cuando llega el momento de la gran depresión industrial de los años 30, durante el que se inicia la aplicación en gran escala de la moderna política intervencionista del Estado, estos países europeos, como Norteamérica, tienen ya establecido un sistema de producción con predominio del capital industrial sobre el capital financiero. Los banqueros dejaron de ser en esos países los símbolos del prestigio y del poder social. Los grandes industriales se lo arrebataron.
La vía española es completamente original. Prescindiendo de antecedentes remotos, la industrialización se ha realizado "desde arriba" en la fase nacionalista de la dictadura, y "desde al lado" en la fase internacional de la misma. El "estraperlo" en la primera etapa burocrática, y los recursos financieros exteriores (turismo, remesas de emigrantes, inversión de capital extranjero) en la etapa tecnocrática han proporcionado la liquidez dineraria sobre la que la banca ha organizado su monopolio para la financiación industrial. Y lo ha sabido utilizar. En lugar de financiar la industrialización del país ha realizado una industrialización de las finanzas. Disponiendo del dominio hegemónico del Estado, ha impedido la definición de una política industrial, y, en su lugar, ha montado una industria política.
La consecuencia es obvia. Las medidas monetarias, la manipulación de los tipos de interés, el aumento o reducción de la masa crediticia, única política económica que conciben nuestros tecnócratas, los de antes y los de ahora, aplicadas a un organismo productivo que carece de estructuras industriales autónomas, provocan un incesante movimiento especulativo y una desorganización de la ética industrial. La causa fundamental de la inflación no está en el petróleo sino en la disminución de productividad que esa falta de ética produce en todas las clases sociales. No habrá, por ello, saneamiento de nuestra economía, superación de la crisis, ni una moral de trabajo y de productividad, mientras no se rompa la alianza que la Restauración ha establecido entre los partidos obreros y el partido de la especulación financiera, sustituyéndola por una gran y moderna alianza democrática entre los partidos industriales, que desplace del Estado a la oligarquía financiera, es decir, al poder del dinero. La política de la Restauración es una restauración de la política especulativa. La clase política imita y consolida a las clases financieras.